Hace 350 años, un 27 de diciembre de 1673, el Sagrado Corazón de Jesús se apareció a una joven novicia de las hermanas de la Visitación en el convento de Paray-le-Monial, Margarita María de Alacoque. Se presentó a sí mismo como un Corazón apasionado de amor por sus criaturas. Un corazón humano lleno de amor, amor no correspondido, amor sediento, amor sin medida. Santa Margarita María vio al Corazón de nuestro Señor abierto y sangrante. Durante 350 años la devoción a este Corazón ha crecido, pero poco hemos entendido que el origen de esa devoción no es el mero sentimentalismo o la piedad melosa reducida a una imagen bonita. Creo que hoy más que nunca ese Corazón está abierto y sangra mucho.
Solo el hecho que haya que contraponer al mes de junio, la defensa de los verdaderos valores de la dignidad humana que por orgullo algunos quieren imponer un modelo que deshumaniza, que reduce al ser humano a pulsiones e inclinaciones, queriendo definir a la persona humana a meras sensaciones. La devoción al Sagrado Corazón nos recuerda que no estamos solos en la lucha que libramos por mantener nuestra fe más allá de nuestros pecados y debilidades. Él nuestro descanso, nuestro consuelo y la salud de las heridas que nos hemos autoinflingido por culpa de nuestros deseo de ignorar la voluntad del Señor.
El Corazón Sagrado de nuestro Señor es la síntesis de nuestra fe y es la prueba que Dios no nos deja de amar. Corresponder a este amor desde la mansedumbre y la humildad es precisamente el lema que se puso para la celebración de estos 350 años: devolver amor por amor. Creo que es importante mantener claro que el lema no nos dice devolver amor con amor, sino por amor. Lo contrario a ese amor correspondido es el resultado de nuestras ingratitudes e indiferencias. No hay nada que duela más a quién ama que toparse con alguien que es ingrato, malagradecido, indiferente. El amor duele y se conduele cuando ama como nos ha amado el Señor. Con esta celebración de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús han concluido las tres solemnidades que son repercusiones del tiempo de la Pascua.
Cada una de ellas nos ha mostrado la grandeza de un Dios, uno y Trino, que ama tanto a su criatura que la sigue alimentando con el Cuerpo y la Sangre de aquel que, con un corazón humano, por haberse encarnado, no se cansa de buscarnos, de perdonarnos, de amarnos. Una y otra vez insiste en manifestar su amor. Este corazón, tiene una herida que no se cura porque aún, siguen habiendo personas que ignoran su amor, que no lo conocen y sobre todo que no le corresponden. Han pasado 350 años, pero deberíamos de considerar que no debe pasar ni un tan solo día más en que desaprovechemos el sumergirnos en la hondura de su misericordia.