Reflexión | El asesinato de un hermano

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Conocí a Quique cuando era un “güirrito” del Seminario Menor en Tegucigalpa. Yo en ese momento era seminarista de segundo de Teología y el Padre Domingo Salvador, que goza ya de Dios, me pidió que les predicara un retiro espiritual. El Seminario Menor se cerró ese año y se dio paso al Año Propedéutico. Quique fue uno de los primeros seminaristas que de hecho le tocó vivir esa experiencia. A mí me sacaba de quicio a cada rato, porque fregaba mucho y se tenía un grupito de “aleros” que pasaban molestando en mis clases. Precisamente por eso, cuando estuve como formador y prefecto de estudios en el seminario me los llevé a trabajar a Santo Domingo Savio. Sabía que eran muy buenos e iban a hacer mucho bien.

No me equivoqué y por algo la gente les recuerda con cariño, aunque alguno no haya alcanzado luego el ministerio sacerdotal. Tuve luego la Gracia de acompañarle para su ordenación sacerdotal y sinceramente me alegraba poder imponerle las manos a uno que yo sabía lo que amaba su sacerdocio y lo que le había costado llegar a él. Como Quique era de otra diócesis, es lógico que nos encontráramos muy poco pero cuando lo hacíamos siempre me salía a contar algunas cosas de lo que estaba viviendo y de dónde estaba.

La última vez que hablamos fue para una ocasión en la que Monseñor Ángel me pidió que fuera a compartir un tema con sus sacerdotes. De nuevo la plática amena y la broma con los recuerdos de lo compartido. Se acordaba bien de la gente de La Satélite y por ellos me preguntó. Con pocos años en ese momento en San José de Medina recuerdo que platicamos de algunos que fueron párrocos ahí, incluido algún obispo. La noticia de su desaparición me golpeó muy duro. Aunque no lo quisiera me temía lo peor.

Esas cosas no ocurren por casualidad y que un sacerdote se “pierda” un Miércoles de Ceniza es demasiada “casualidad”. Pero lo que me ha partido el alma son las palabras de su obispo a quién está demás decir que he admirado y querido, desde siempre. Nunca había visto a Monseñor Garachana tan desencajado. No es la manera de despedirle de esa diócesis a la que ha transformado a palmo y con infinitos sacrificios.

En sus palabras no se reflejaba el dolor de un pastor sino de un papá. Me costa lo mucho que ha cuidado a sus sacerdotes y lo mucho que confiaba en Quique. Desde el momento que le encomendó las Obras Misionales Pontificias de la diócesis a la que él ha dado siempre un carácter supremamente misionero, habla de quién era Quique para él. Un sacerdote asesinado y con tanta saña es un mal precedente. El nivel de violencia está superando con creces a este gobierno y deben dejar de estar haciendo golpes publicitarios para asegurarnos que la lucha contra la corrupción también llega hasta allá. Si no, será la “misma mica en distinto palo”.

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