
Este mes de junio, el mes del Sagrado Corazón de Jesús, es uno de los meses más complejos de cada año para los que somos devotos de esta bella tradición. Por eso, después de detenernos brevemente, o mejor aún, largamente, a meditar sobre lo que el papa Francisco nos dejó en su encíclica “Dilexit nos”, nos daremos cuenta que efectivamente, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es la devoción al centro del Evangelio. Les comentaba anteriormente, como el Santo Padre en esto que a mi juicio es su testamento, nos invitaba a cuestionarnos respecto al concepto y la importancia que le damos al término corazón.
De hecho, en los primeros párrafos, en los primeros numerales de esta encíclica, tenemos una fuente de meditación que podría acercarnos a descubrir el camino, que, en el mundo actual, nos está pidiendo recorrer el Señor. El Papa nos invitaba a volver al corazón, es decir, a superar este mundo al que él llama líquido porque, es un mundo en el que se ha perdido el centro y le hemos terminado dando importancia a todo, que es decir a nada. Efectivamente, hemos caído en una profundísima desvalorización del corazón es decir del centro íntimo del hombre.
El Papa, señalaba que lo más íntimo de cada uno de nosotros termina siendo lo más desconocido porque padecemos de una enfermedad, lamentablemente contagiosa, que es la de el “individualismo enfermizo”. Esto en el fondo, ocurre porque se nos olvida que lo único que realmente puede unificar es el amor, y éste, sólo puede ser sintetizado en el corazón. Una de las frases que más me golpeó al leer esta encíclica, es la siguiente: “la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso”.
La primera vez que la leí, me parecía un tanto exagerada, pero cuando seguí leyendo las siguientes páginas me di cuenta que efectivamente, tenía toda la razón. Por eso su reclamo al hacernos ver que todo, absolutamente todo, es decir las acciones, la inteligencia, la voluntad deben quedar bajo el dominio del corazón porque, “se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón”, es necesario. El Papa lo explica de una manera increíblemente hermosa, al recordarnos que “el algoritmo” que en mucho hoy controla nuestras vidas, nos recuerda que nuestra voluntad y nuestros deseos, son predecibles, pero no, lo que hay en nuestro corazón.
Lamento tanto, que se me esté terminando el espacio, pero, quisiera terminar, con un par de ideas que ojalá nos sirvan a todos en nuestra reflexión. Cito de nuevo al Santo Padre: “Sólo se llega a ser uno mismo cuando se adquiere la capacidad de reconocer al otro, y se encuentra con el otro quien puede reconocer y aceptar la propia identidad”. Mi identidad está en mi corazón. Nuestra Identidad de cristianos está en el Corazón de Jesús.