Es increíble lo vulnerables que somos. Somos una sociedad muy frágil en un ambiente natural mucho más frágil. No se trata aquí de llorar sobre lo que nos está pasando, porque no es el momento, sino de cuestionar nuestra manera de proceder. Lamentarnos no es ni remotamente la solución. Hace menos de un mes clamábamos por agua para que la densa capa de humo que nos encerraba desapareciera. Ahora, recién comenzada la temporada lluviosa y sin que directamente haya una causal acostumbrada, es decir los ciclones del Atlántico, estamos sufriendo grandemente los embates de los temporales.
Los efectos de eso que se llama ciclón monzónico no son más que el producto del descuido de nuestra Casa Común. Es muy doloroso que nos toque seguir viendo hermanos afectados, al punto de perderlo todo, en lugares en los cuales normalmente los efectos no deberían de ser tan graves. Nuestros hermanos más pobres, de las zonas más pobres de nuestra tierra, son siempre los que sufren el cobro de una factura que no la han gastado ellos.
Pasando a otra cosa, imaginen lo que podría suceder si todo este montón de agua que nos está cayendo pudiésemos almacenarla. Otro gallo nos cantaría. Honduras no tiene problemas de agua lo que tiene es una clase política que no ve más allá de su nariz. Incapaz de dejar que otros inauguren proyectos que necesitan más de 4 años en su realización. Más allá de estar inundados con agua es que estamos anegados de gente egoísta y ahogados en la cobarde comodidad de inmediatismos que se ocupan de llenar bolsillos particulares, sin considerar el bien de los demás. ¿Saben que es lo que más me duele de todo esto?
Es que tengo años que cada año escribo algo similar. Nada cambia, sino que empeora. Tenemos una actitud autodestructiva que no tiene comparación con ninguna sociedad medianamente equilibrada. Hace algunos años insistíamos en la necesidad de educar a nuestros niños y jóvenes para superar estas situaciones. Sin embargo, visto lo visto, nuestra educación es tan pobre que no hace incidencia o al menos no se nota para nada. Se hacen campañas de reforestación, se motiva a la siembra, pero, según me decía un experto en el tema, por cada arbolito sembrado se han quemado o cortado 15.
A ese ritmo tan desproporcional la solución, está muy lejos de alcanzarse. Además, pareciera que una vez más el fatalismo y el derrotismo es nuestra manera de enfrentar nuestros retos y desafíos. “Es que el gobierno no ha hecho…” es la cantaleta eterna. Sinceramente si estamos a que el gobierno haga algo, podemos esperar sentados y bajo agua. Claro que deberían de hacer y alguna cosa hará, no tanto el gobierno como tal sino las instituciones del Estado, pero no podemos dejar que ese conformismo nos debilite o nos haga perder la responsabilidad que nos atañe.