Reflexión | ¡Cómo han cambiado las cosas!

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Mientras preparábamos la Semana Santa de este año, algunas de las personas involucradas me decían: ¡Cómo han cambiado las cosas! Sinceramente, les admito, que no sé si decirles que esa expresión lo que me hizo sentir es que ya me están entrando los años, cosa por demás muy cierta, o simplemente admitir, que nuestra pastoral ha cambiado muchísimo en los últimos tiempos. El mucho ha cambiado aunque muchas veces puede parecer una excusa más, a razón de las medidas de bioseguridad que hemos implementado a lo largo de los últimos años en la lucha contra el COVID-19. Este año, gracias a Dios, prácticamente volveremos a nuestras celebraciones como lo fueron en el 2019.

Eso es un inmenso reto. De las cosas que tengo que admitir me han llenado de profunda satisfacción escuchando a nuestro nuevo arzobispo, no solo fue su homilía en la Catedral Metropolitana el domingo 26 de marzo en que tomó posesión de la misma, sino también sus palabras al final de la celebración cuando recordó a la gente que estaba siguiendo la transmisión a través de los medios electrónicos, que no era lo mismo participar de los sacramentos directamente en la Santa Eucaristía, a verlos a través de una pantalla. Esa ha sido nuestra lucha en los últimos meses.

No se trata de convencer a las personas para que regresen a la Iglesia, sino de hacerles entender la importancia de la vida sacramental que no es sustituida por absolutamente nada. Más allá que este año, las procesiones, las celebraciones, las para-liturgias, o las devociones de Semana Santa podrán celebrarse de manera abierta y sin restricciones, el gran reto que tenemos es con aquellos que son miembros de la Iglesia, porque evidentemente con aquellos que nunca lo han sido, es una lucha completamente inútil, para que la tentación de seguir viendo de manera virtual las celebraciones no les haga optar por seguir cómodamente apoltronados, sino a retornar a su casa donde se les está esperando desde hace varios meses atrás. Claro que hay muchas cosas que han cambiado y, como todo en la vida, algunas para mal y otras para algo de bien. Nuestra manera de evangelizar debe cambiar.

No es posible seguir haciendo más de lo mismo o pretender que estos tres años no han hecho mella en nuestra manera de vivir la fe. No es un asunto de criticar a los que se han alejado, es un asunto de saber escucharles y abrir espacios para poder escucharles. Y son muchas las cruces que cargamos en los últimos meses en nuestra patria. Muchos retos que nacen de la interpretación ideologizada de la persona humana, del intenso adoctrinamiento en el que han querido someternos para imponernos criterios contrarios a los valores del Evangelio. Pero cargar la cruz sin sentido, es anular la misma fuerza del Evangelio. Por eso, esta Semana Santa, debemos verla como una clarísima oportunidad no de recuperar lo perdido sino de fortalecer y madurar nuestra fe, porque la Pascua, no se alcanza rechazando la cruz sino asumiéndola y abrazándola.

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