Desde hace varios años el papa Francisco nos ha venido insistiendo, una y otra vez, con que estamos viviendo un cambio de época y no una época de cambios. Es decir, que estamos asistiendo a un momento en la historia de la humanidad en la que sin duda se está debatiendo no sólo un concepto de la política y de la relación entre los pueblos, sino también el verdadero sentido de lo que es humano.
Desde la Revolución Industrial, más aún desde la Revolución francesa, hemos estado asistiendo a un proceso de polarización que aunque existía de una manera muy sutil antes de estas dos revoluciones, ahora como producto del deterioro de los valores éticos y morales, estamos siendo orillados cada vez más a la disolución y desaparición, no sólo de los conceptos que se refieren al ser humano, sino al sentido último de lo que ellos implican. Es realmente espantoso el que no hayamos aprendido las lecciones que las grandes guerras nos dejaron. Se conceptualizó mucho después de aquellos horrores.
Se habló de derechos y se promovieron hasta llevarlos a ser factores de grandes desequilibrios en la apreciación y defensa de lo que la persona es, y en la imposición de ideologías que terminan desvirtuando lo que la misma persona es. El recuerdo de Hiroshima y Nagasaki, la Shoah, el exterminio del pueblo Armenio, de los miles de asesinados producto del terrorismo, la situación en Gaza, las guerras étnicas en el centro del África o en el África sub-sahariana, el Apartheid, las matanzinas en la India por las castas o por la religión,… y con todo, la lista es mucho más extensa, pero nos refleja que estamos muy, pero muy lejos de construir sociedades realmente humanas.
Sin minusvalorar los conflictos internos que vivimos en nuestros países en América latina, sobre todo las guerras civiles que han desangrado tanto nuestras naciones, lo cierto es que nuestra participación en las grandes guerras que se han librado en Europa fue más nominal que real y en la situación actual que se vive por los conflictos en el medio oriente, podemos correr el riesgo de creer que esto no nos afectará o peor aún vivir con la impresión de que estamos viendo juegos de vídeo, que no nos involucran y no nos atañen.
Esta actitud, es extremadamente peligrosa porque ese espíritu disociativo e indiferente con el que muchas veces nos desenvolvemos, lo insisto una vez más, es la prueba del altísimo grado de deshumanización que arrastramos. Como creyentes, la indiferencia frente al dolor ajeno es una prueba que realmente, falta de fe. Nuestra responsabilidad, más allá del hecho que no es directa, no significa que no exista. Se trabaja por la paz desde la propia casa, superando las reacciones desmesuradas en el tráfico y sobre todo, por encima de todo, con la oración. La paz es el producto del trabajo en la verdad, por la verdad y para la verdad. Eso sí que nos corresponde.