Diácono Carlos Eduardo

Rectificar significa literalmente enderezar lo que está torcido.   «Trazad una calzada recta a nuestro Dios», clamaba el profeta en el Libro de la Consolación, dando a entender la rectitud de vida que se ha de tener para encontrarse con Dios.  De ello se hace eco Juan, el precursor: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Is 40, 3). Lo anterior dicho en un el contexto de una predicación, de conversión y de un bautismo de penitencia. Rectificar, para prepararse a estar en contacto con Dios.

Rectificar en el lenguaje civil, tanto administrativo como jurídico, supone cambiar ya sea de enfoque, o de planes, o de conductas torcidas. Y lo torcido es todo aquello que atenta contra la Ley, o contra el bien común. Ciertamente, estamos llamados a un cambio de mentalidad de corazón. La revelación, tanto en el Antiguo como en Nuevo Testamento expresa con total claridad que no podemos pretender tener un camino recto hacia Dios si nuestra relación con la sociedad y el prójimo no se endereza: «Practicar la justicia y la equidad es mejor ante Yahveh que el sacrificio»(Pr 21. 3). Y lo proclamó fuerte y claro el Señor Jesús: «¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo… y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe  ¡Ay de vosotros… que sois semejantes a sepulcros blanqueados… por fuera aparecéis justos ante los hombres , pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad!» (Mt 23, 23’28).

Estamos llamados a rectificar, en dos aspectos fundamentales: en lo social y en lo espiritual. En lo social hemos de corregir el rumbo, pronto y bien. Caminos torcidos son el irrespeto a la vida en todas sus formas, la corrupción, la violación de la Ley, el abuso a los indefensos, la no rendición de cuentas, el doble discurso, la legislación que favorece al poderoso y se ensaña con el débil, las sentencias injustas; además de la mala administración que, desde mucho antes de la pandemia, no supo o no quiso reducir la pobreza, crear más fuentes de empleo, mejorar el sistema de salud, preocuparse en serio por ofrecer una educación de calidad. Las dádivas parciales y con fines electoreros, los subsidios a unos cuantos y otros programas sociales sobre dimensionados por la propaganda, han contribuido al extravío en lo que debió ser un camino de justicia y superación para todos. Ante un nuevo proceso electoral la rectificación empieza con la propuesta de rectificaciones claras y viables, en lugar de discursos trillados y cancioncitas adormecedoras del buen juicio.

En lo espiritual la rectificación es arrepentimiento y conversión. Una empresa que nos compete a todos sin excepción y que no podemos pretender llevarla a término, si por otra parte descuidamos la agenda social. Nuevamente estamos atrapados en una crisis en materia electoral, todo por el capricho de unos pocos, aunque se mantenga expectante a toda una sociedad. Lo verdaderamente importante es rectificar nuestra conducta en nuestra relación con Dios. Pero ¿qué tan fácil nos podrá resultar si no nos entrenamos en las rectificaciones en las relaciones interpersonales, familiares y ciudadanas? Y nos vemos obligados una y otra vez a clamar: “Jesucristo, Señor de la historia, ¡te necesitamos!”.

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