Más de alguna vez hemos escuchado este termino en algún lugar, pues esto no es más que blasfemar es hablar de Dios con desprecio o ser insolentemente irrespetuoso. La blasfemia es un reproche verbal o escrito del nombre de Dios, de su carácter, su obra o sus atributos.
Palabra antigua, con mucho significado
La blasfemia fue un delito grave en la ley que Dios le dio a Moisés. Los israelitas debían adorar y obedecer a Dios. En Levítico 24, 10-16 un hombre blasfemó el nombre de Dios. Para los hebreos, un nombre no era simplemente una etiqueta práctica. Era una representación simbólica del carácter de una persona. El hombre en Levítico que blasfemó el nombre de Dios fue apedreado hasta la muerte.
Jesús habló de un tipo especial de blasfemia, aquella en contra del Espíritu Santo y que fue cometida por los líderes religiosos de su tiempo. La situación era que los fariseos eran testigos oculares de los milagros de Jesús, pero atribuyeron la obra del Espíritu Santo a la presencia de un demonio (Marcos 3:22-30). Su interpretación del santo como algo demoníaco, fue un rechazo a Dios deliberado e inofensivo, y además imperdonable.
Acusación
La acusación más significativa de blasfemia fue una que resultó ser completamente falsa. Fue por el delito de blasfemia que los sacerdotes y los fariseos condenaron a Jesús (Mateo 26:65). Ellos entendieron que Jesús estaba afirmando ser Dios. Eso en realidad era un reproche sobre el carácter de Dios, si no fuera cierto. Si Jesús fue sólo un hombre que decía ser Dios, él habría sido un blasfemo. Sin embargo, como la segunda persona de la trinidad, Jesús verdaderamente pudo reclamar la verdad (Filipenses 2:6).
El hecho es que, cada vez que hacemos o decimos algo que da a los demás una falsa representación de la gloria, la santidad, la autoridad y el carácter de Dios, estamos blasfemando. Cada vez que distorsionamos nuestra posición como hijos de Dios, estamos dañando su reputación.