“Primero orar, siempre orar”

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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El Evangelio de hoy nos presenta la oración por excelencia, el Padrenuestro. Todo inicia con la petición de los mismos discípulos, “enséñanos a orar”. Lo hacen cuando ven al Maestro orando. Si orar era la primera tarea de Jesús, cuánto más la nuestra. En un mundo de acción y resulta dos muchas veces no tenemos tiempo para la gratuidad, la calma y la interioridad.

Hay mucho por hacer, sin duda, pero nada bueno haremos sin Dios. Toda nuestra vida es una ofrenda a Dios, por ello nuestra presencia ante Él es un reconocimiento consciente de nuestra realidad y la suya. Era costumbre en los maestros de la época enseñaran alguna fórmula u oración característica a sus discípulos, pero curiosamente Jesús no lo había hecho todavía. Son los apóstoles los que se lo piden. ¿Por qué no lo había hecho todavía? Probablemente antes que una oración memorizada Jesús quería enseñar a quién dirigir esa oración y con qué actitud. Así mismo, quería evitar darles una fórmula que pareciera una receta fácil que arregla cosas. La oración cristiana no tiene nada de automatismo o transacción.

Nuestra oración tiene más de presencia que de exigencia, y se dirige al Padre, expresando una íntima familiaridad. Repasemos, brevemente la “oración dominical”, también llamada así porque es la oración enseñada por el mismo Señor: En la santificación del nombre, pedimos que Dios sea reconocido por lo que Él mismo ha querido revelarse, no por la justicia, el amor y la paz. El nuestros conceptos previos.

Tiene mucho que ver con los primeros mandamientos del decálogo, relacionados con el respeto a la santidad divina. Al decir “venga tu Reino” pedimos que la historia entera esté dirigida por su gracia en la verdad, pan es todo aquello que necesitamos la para la vida auténtica del cuerpo y del espíritu. El pan representa algo cotidiano y necesario, que debemos ganar con nuestro sudor, pero que al mismo tiempo pedimos con humildad. Aguardamos perdón y nos disponemos a darlo, porque necesitamos desprendernos del daño pasado, vivir el presente con libertad y mirar al futuro con serenidad. Sabemos que la tentación siempre nos amenaza, queremos superarla y permanecer en la presencia de Dios. Y suplicamos no caer en el engaño del mal en cual quiera de sus expresiones. Y de todas sus formas, la peor sería olvidar el amor de Dios y su poder.

Las dos parábolas hablan de insistencia y perseverancia.Cualidades muy recomendables para el crecimiento humano y cuánto más para el cristiano. Esa constancia no es una simple técnica, sino expresión de la confianza en Dios. “Cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo”, el don por excelencia, “a los que se lo pidan”. No se trata de cantidades, se trata de plenitud. No sirven las negociaciones humanas para entender la oración, hablamos de todo por todo. Dios no puede darse a medias, es generoso, ni espera de nosotros mezquindades. La tradición de la Iglesia nos recomienda rezar el Padre nuestro al menos tres veces al día, y cuando se precise.
Contiene lo fundamental que necesitamos en nuestra vida, nos aleja del mal y nos acerca al Padre y a nuestros hermanos.

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