Papa Francisco en Atenas dijo que nuestra vida está llamada a convertirse y a florecer

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En el segundo domingo de Adviento, el Papa Francisco presidió la Santa Misa en el Megaron Concert Hall de Atenas, en el marco de su viaje apostólico a Grecia, tras haber visitado por la mañana a los migrantes y refugiados en la isla de Lesbos.

Reflexionando sobre la figura de San Juan Bautista que nos presenta el Evangelio de hoy, el Santo Padre destacó en su homilía dos aspectos: por un lado, el lugar donde se encuentra el profeta, es decir, el desierto; y por otro el contenido de su mensaje, la conversión: “Desierto y conversión: en esto insiste el Evangelio de hoy; y tanta insistencia nos hace pensar que estas palabras nos afectan directamente”

En este sentido, el Pontífice profundizó sobre la paradoja del desierto ya que el Precursor “prepara la venida de Cristo en este lugar inaccesible e inhóspito, lleno de peligros”, cuando en realidad, cuando uno quiere dar un anuncio importante, “normalmente va a lugares bonitos, donde hay mucha gente, donde hay visibilidad”.

“Juan, en cambio, predicaba en el desierto, continuó explicando el papa Francisco, en ese espacio vacío que se extiende hasta el horizonte y donde casi no hay vida, allí se revela la gloria del Señor. Este es otro mensaje reconfortante: Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad”.

Y precisamente, esto podemos experimentarlo en nuestras propias vidas, ya que, recordó el Papa, ya que Él llega hasta nosotros sobre todo en la hora de la prueba; nos visita en las situaciones difíciles, en nuestros vacíos que le dejan espacio, en nuestros desiertos existenciales.

De ahí surge para Francisco una fuente de esperanza para los cristianos: “Predicando en el desierto, Juan nos asegura que el Señor viene a liberarnos y a devolvernos la vida justo en las situaciones que parecen irremediables, sin vía de escape”, aseveró Francisco haciendo hincapié en que, no hay por tanto, lugar que Dios no quiera visitar.

“No temer a la pequeñez”

Asimismo, el Pontífice alentó a los fieles católicos de Grecia a no temer el hecho de ser una minoría, de no temer a la pequeñez, “porque la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás. Y tampoco tengan miedo de la aridez, porque Dios no la teme, y es allí donde viene a visitarnos”, puntualizó.

En cuanto al segundo aspecto propuesto por el Evangelio, la conversión, el Papa indicó que el Bautista la predicaba sin descanso y con vehemencia: “También este es un tema ‘incómodo’. Así como el desierto no es el primer lugar al que quisiéramos ir, la invitación a la conversión no es ciertamente la primera propuesta que quisiéramos oír. Hablar de conversión puede suscitar tristeza; nos parece difícil de conciliar con el Evangelio de la alegría. Pero esto sucede cuando la conversión se reduce a un esfuerzo moral, como si fuera sólo un fruto de nuestro esfuerzo. El problema está justamente ahí: en basar todo en nuestras propias fuerzas; ahí también anidan la tristeza espiritual y la frustración”

¿Qué quiere decir que nos debemos convertir?

 Por otro lado, ante la pregunta ¿qué quiere decir que nos debemos convertir?, Francisco subrayó la exhortación de Juan a la conversión, que nos invita a ir más allá de lo que nos dicen nuestros instintos y pensamientos, sin detenernos aquí, porque la realidad es más grande.

“La realidad es que Dios es más grande. Convertirse, entonces, significa no prestar oído a aquello que corroe la esperanza, a quien repite que en la vida nunca cambiará nada; es rechazar el creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad; es no rendirse a los fantasmas interiores, que se presentan sobre todo en los momentos de prueba para desalentarnos y decirnos que no podemos, que todo está mal y que ser santos no es para nosotros. No es así, porqué está Dios”

Es necesario fiarse de Él, porque Él es nuestro más allá, nuestra fuerza. Todo cambia si se le deja el primer lugar a Él. Eso es la conversión: al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo.

Pidamos la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él cura nuestros miedos, sana nuestras heridas, transforma los lugares áridos en manantiales de agua. Pidamos la gracia de la esperanza. Porque la esperanza reanima la fe y reaviva la caridad. Porque los desiertos del mundo hoy están sedientos de esperanza. Y mientras este encuentro nos renueva en la esperanza y en la alegría de Jesús, y yo gozo estando con ustedes, pidamos a nuestra Madre Santísima que nos ayude a ser, como ella, testigos de esperanza, sembradores de alegría a nuestro alrededor, no sólo cuando estamos contentos y estamos juntos, sino cada día, en los desiertos donde vivimos. Porque es allí que, con la gracia de Dios, nuestra vida está llamada a convertirse y a florecer.

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