El corazón de la narración de hoy está en la solemne proclamación divina: “Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me he complacido”. La componen dos frases, ambas formadas del Antiguo Testamento.
La primera es la referencia al cántico mesiánico del Salmo 27, en la que al Rey David en el día de su entronización, Dios le promete la adopción como su hijo: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. La segunda frase –“en ti me he complacido”- es en cambio tomada de Isaías del primer cántico del Siervo del Señor, presente en el capítulo 42.
Hay que señalar como la primera afirmación para Marcos es un verdadero diálogo directo entre el Padre y Cristo, revelando así su relación íntima. La Iglesia, entonces, mientras contempla a Cristo que entrando en las aguas las santifica para que sea fuente de regeneración por el Bautismo, ve cómo convergen en Él las dos grandes promesas mesiánicas, la profética y la regia, la de la pasión y la de la gloria, la de la muerte redentora y la de la Pascua liberadora.
En otras palabras, en esta fiesta del Bautismo, Cristo se nos presenta como el Siervo obediente y como el Hijo glorioso y a Él es quien se dirige la adoración de la comunidad creyente en este día y siempre. Así el cielo se abre como nos lo relata el texto. La voz del Padre luego sale de ese cielo y es el signo de esta irrupción de lo divino y está acompañada por la efusión del Espíritu Santo. Pero al final no debemos olvidar que Marcos pone este majestuoso cuadro del Bautismo del Señor precisamente en estrecha conexión con la escena decisiva, la de la cruz.
En esta ocasión, la proclamación de Jesús “Hijo de Dios” subirá de la tierra; será un pagano, el centurión romano, quien dará testimonio de que el Espíritu de Dios, es difundido sobre todos los hombres a través de Cristo. Hoy iniciará por igual su camino por medio del cual atraerá a todos hacia sí, lleno del Espíritu Santo y la certeza de hacer la voluntad del Padreque le ha llamado a la salvación de los hombres.