El domingo pasado hemos celebrado el domingo de la Palabra de Dios, con las lecturas de este domingo, se desglosan palabras provenientes de los vocablos ligados a los términos “palabra” y al “hablar”. Aquí la palabra de Jesús, lo que dice aparece con autoridad divina. Marcos desde el inicio de su Evangelio señala con insistencia la importancia de la palabra de Cristo describiendo su superioridad a todos los profetas del pasado: “¡Se puso a enseñar y todos se maravillaban de su doctrina porque enseñaba como uno que tiene autoridad!”.
Pero esta palabra de Cristo que manda incluso a los malos espíritus y éstos le obedecen, también encuentra dificultad entre sus oyentes para ser comprendida. Para el mundo semita, para esos habitantes de Israel en tiempos de Jesús, que es el trasfondo cultural para toda la Biblia, como lo fue para el mismo Cristo, la palabra fue algo poderoso, estaba llena de fuerza y eficacia, por lo que todos estaban atentos a las palabras de sus maestros y profetas.
Para Marcos en su Evangelio, la palabra de Jesús cumple a cabalidad todo lo que se ha dicho anteriormente, ella entra en la historia y emprende un proceso de aniquilación del mal. El ejemplo lo vemos en el endemoniado que queda neutralizado, reducido a la impotencia, ante las palabras de Jesús, evidenciándonos a todos nosotros los lectores de este evangelista que la palabra de Jesús no es una “doctrina nueva”, ni ninguna teoría filosófica sino una fuerza creadora y liberadora.
Todos necesitamos estas palabras de Cristo para exterminar los demonios secretos que tenemos dentro, que tienen urgencia de ser expulsados de nuestra vida, y que tienen nombres como lo decía el propio Jesús: “prostituciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldad, engaño, envidia, calumnia, soberbia, estupidez” (Mc 7, 21-22). Es la meta de este nuevo año litúrgico, escuchar esa Santísima Palabra de Jesús, que proclamada en la Santa Eucaristía nos urge a cumplir lo que ya señaló el profeta Ezequiel: “¡Hijo del hombre, alimenta el vientre y llena las vísceras con este rollo que te entrego! Yo lo comí y fue para mi boca dulce como la miel” (3,3). Pidamos al Señor que en este año podamos gustar cada vez más de toda Palabra que sale de su boca.