Palabra de vida | “También los pecadores hacen lo mismo. Pero ustedes…”

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Siguiendo el itinerario espiritual presentado por el evangelista Lucas, este domingo la liturgia de la Palabra de Dios, se conecta idealmente con el domingo anterior, continuando la lectura del “Discurso de la llanura”, como se le llama al de Lucas, en paralelo bastante libre del “Sermón de la Montaña” de Mateo. La narración de este discurso sintetiza de manera maravillosa la vida de Jesús, que debe ser la vida de sus discípulos, hecha mensaje: “Amen, bendigan, den, hagan el bien, presten, sean misericordiosos, no juzguen, no condenen…”

La narración que es como un canto al amor, está articulada en tres estrofas: la primera en los vv. 27-31, expresa la “regla de oro” cristiana: “Amen a sus enemigos”. La segunda presente en los vv. 32-35 modelada sobre el símbolo del préstamo terminando con una promesa: “Su premio será grande y serán hijos del Altísimo”. Y, la tercera los vv. 36-38, cierra todo el mensaje con la llamada a la imitación de Dios: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”.

¿Cuántos de nosotros no nos hemos dejado cautivar por tan maravillosas palabras de Jesús? En verdad, son páginas profundamente sencillas, pero también terriblemente duras, por la exigencia, por ese llamado apremiante al cambio de vida, sometiendo al egoísmo personal que se interpone entre el ideal y la realidad que anhelamos. Entre hacer el bien que queremos y dejar de obrar el mal que no queremos, como dice San Pablo.

El Evangelio retoma en este domingo su profundo significado de luz para nuestro camino, no solo se trata “Como quieren que los hombres lo hagan, háganlo también ustedes”, sino de no devolver “mal por mal”, sino incluso “bien por mal”, eso es “amar a los enemigos”. En conclusión, todo este discurso se resume en imitar a Dios, para ser en verdad hijos suyos, como lo ha sido el propio Jesús, el Hijo en plenitud, porque hace lo mismo que su Padre. El Papa Francisco sintetiza este maravilloso texto: “El amor a los enemigos debe ser incondicional, sin venganza ni violencia. Una manera de amarlos es rezar por ellos y pedir a Dios que cambie sus corazones”.

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