Al texto evangélico de este domingo le precede la primera lectura del encuentro de Dios con Moisés en el desierto, tomado del libro del Éxodo (3, 1-8.13-15). Es la revelación de Dios de manera única en la cual se da también un extraordinario diálogo, en el que Él revela su nombre secreto. Dar a conocer su nombre, en esa cultura semítica, significa conocer su realidad misma, indicando con el nombre todo su ser y su fuerza, la esencia más genuina de quien se es.
Llama la atención como Dios no se revela en un sustantivo sino en un verbo, es decir, una forma activa, no estática o inerte, como bien se señala de un ídolo. Con este texto del Éxodo comprendemos cómo Dios abrió ese diálogo con el hombre, que de nuevo vendrá a ser interrumpido por esa actitud ya no de su elegido, Moisés, sino del pueblo mismo, como lo señala San Pablo en la segunda lectura, sobre todo con el uso del verbo “murmurar”, verbo bíblico que indica directamente la incredulidad, el desprecio al Señor y la desconfianza en su poder.
Es por tal razón, que el Evangelio quiere ser hoy el retomar ese diálogo cortado entre Dios y los hombres, manifestado en la parábola del dueño de la viña y el campesino. Con sus tres años de ministerio Jesús ha querido ser ese campesino que aboga ante el dueño (el Padre) por la aridez y la indiferencia de la higuera (el pueblo de Israel). Cumple así su gran papel de mediador, intercede por la humanidad a la cual también invita a convertirse (metanoein), verbo que en el original griego indica “cambiar de mentalidad”.
En definitiva, no estamos tratando con un ídolo al que podemos manipular a nuestro antojo, estamos tratando con la real presencia de Dios, de quien recibimos misericordia y paciencia para darnos siempre más posibilidades de cambio sincero, más tiempo para aceptar el mensaje de su Hijo, el cual ha pedido un año más, cifra de un tiempo definido, pero no determinado en su final, porque aboga a la bondad de un Dios que siempre puede dar más y más prórrogas para que el árbol pueda dar frutos.
Hermosa y santa Palabra de Dios la de este domingo, que nos coloca entre la personal decisión de aceptar a ese Dios vivo y verdadero del que nos habla Jesús, rico plenamente de misericordia y amor, de quien solo podemos recibir vida, para tenerla en abundancia. Fuera de la savia de su Espíritu vivo y vivificador no hay experiencia de vida verdadera, por eso es que Jesús está urgido en que volvamos a Él.