Hoy continuamos con la lectura final del capítulo 6 de San Juan, en este discurso en Cafarnaúm, sobre el Pan de Vida. Se sabe que en la elaboración del mismo el evangelista usó puntos y datos de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. Sobre todo en el simbolismo de acercarnos al banquete preparado por la Sabiduría eterna de Dios, encarnada en la plenitud de los tiempos en su Hijo hecho hombre, bajado del cielo.
Él es en resumen, como lo plasma el Evangelio de hoy, el que ha preparado una mesa con el alimento que da la vida al mundo. Como bien señalan los especialistas, este final del discurso, relee esa liturgia eucarística que celebraba la Iglesia primitiva, con el “partir el pan” (Hch 2, 42). El texto, densísimo, tiene su centro literario y teológico en el v.55: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Esta afirmación de Jesús no tiene alternativa alguna, existe una absoluta necesidad de comer la carne y beber la sangre de Jesús, como única vía para alcanzar la vida verdadera y poder resucitar en el último día. También evidencian los especialistas que el v. 51, deja entrever la fórmula de consagración con que antiguamente la comunidad de Juan alcanzaba el milagro eucarístico en sus asambleas: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Como todo banquete que reviste ese carácter de familiaridad e intimidad que permite entrar en comunión, el fiel es ahora invitado a vivir esa comunión con la sabiduría divina y con Jesús a través del don de su cuerpo y sangre en la Misa.
Hoy es una buena ocasión para examinar nuestra conciencia y verificar la real incidencia de la Eucaristía en la vida del cristiano y de las comunidades, que acercándose domingo a domingo a este banquete, van creciendo en espiritualidad y compromiso sincero con las realidades temporales al servicio de la vida y del prójimo.