Palabra de vida |“Los judíos decían: ¿Cómo puede decir: He bajado del cielo?”

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Con la primera lectura de Elías que obedece a la voz divina de comer ese pan para recibir fuerza y gracia superior (1Re 19,4-8), nos vemos llamados hoy a escuchar la voz divina del propio Hijo de Dios que dice: “El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”. A pesar de eso aparece por la falta de fe en Él, la “murmuración” del pueblo. El verbo “murmurar” abre la proclamación evangélica de este domingo, expresando la imagen terrible de un Israel incrédulo por el camino del desierto, durante la narración del Éxodo.

Pero, aquí la incredulidad nace del escándalo por la humanidad del Cristo, que ahora asegura haber bajado del cielo, cuando todos saben que es hijo de José y nazareno. Pero el escándalo es mayor, porque trata de evidenciar que el pan que bajó del cielo para que Elías en el desierto no muriera, ahora es el propiamente Él, que se hace pan verdadero, que baja del cielo y “si uno lo come vivirá eternamente”. El pan que Dios le dio a Elías, sólo era imagen del verdadero pan que daría en la plenitud de los tiempos, con la presencia de su Hijo. Elías igual que los israelitas comieron de ese pan bajado del cielo, pero luego murieron, la novedad del pan verdadero está en que da la “vida eterna”.

Esta acuñación en el Evangelio de Juan, no indica tanto la pura y simple supervivencia más allá de la muerte, esa inmortalidad del alma tan celebrada por la filosofía griega, no es a la que se refiere el evangelista. Se trata de tener la misma vida de Dios, participar de su ser, es tener vida divina. Si este discurso de Jesús en Cafarnaúm con el que el IV Evangelio, sustituye la institución de la eucaristía en la Última Cena de los sinópticos, refiere profundamente a la catequesis sobre su presencia real en este sacramento; proclamado en el hoy de nuestra vida eclesial, nos llama a dejar la incredulidad ante el mismo, y aceptar todo lo que es en esencia y verdad. Es por eso seguramente que terminada las palabras de la consagración, el ministro dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Se trata pues, de abandonar la incredulidad ante este Misterio de un pan que es presencial real.

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