Palabra de vida | “Le dijo Jesús a sus discípulos: Hagan sentar a la gente…”

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La multiplicación de los panes, narrada por el Evangelio de san Lucas, sirve de marco para entrar en la escena a un gesto en cuyo interior Lucas vislumbra signos posteriores y significados más ocultos y profundos, a saber, la Eucaristía. Jesús se encuentra en la zona desierta de Galilea, es decir al norte de Jerusalén, el gesto de tomar el pan y repartirlo es claramente un gesto que anticipa lo que va hacer un año o dos años después en la sala del Cenáculo en la última noche de su vida terrena. Detenidamente veamos el texto: “Tomó los panes, levanta los ojos al cielo, los bendice, los parte y se los da a los discípulos”. Iguales verbos y palabras se ven transportados en el relato de la Última Cena: “Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio” (Lc 22, 19).

Para la primitiva comunidad cristiana, tal como lo señalará Pablo escribiendo a los de Corinto (1Co 11), les evoca ese rito que desde entonces en todas las iglesias se repite “en memoria del Señor”. Se trata pues no de una repetición de un gesto de Jesús, como de la expresa voluntad suya, pues lo que celebramos en milagro de un pan que se multiplicará hasta que el propio Señor vuelva, como realidad de su presencia bajo el signo del pan y del vino. Él lo señaló: “Esto es mi cuerpo, que es para ustedes”. Aquel para “ustedes” es sugestivo, evoca el cuerpo de Cristo donado totalmente en la muerte por nuestra liberación. De aquí que la Eucaristía sea por excelencia el sacrificio redentor y único por el cual Cristo nos rescató y nos devolvió la vida.

Un segundo punto de relieve está en las palabras sobre el cáliz: “Este cáliz en la nueva alianza en mi sangre”, ya en el Sinaí la sangre derrama- da sobre el altar y sobre el pueblo era el signo de una alianza entre Dios e Israel. Cristo recuerda por igual un célebre oráculo de Jeremías (31, 31-34) en el cual se anunciaba la superación de la antigua alianza del Sinaí para la inauguración de un nuevo pacto entre Dios y el hombre, basado en el Espíritu Divino y sobre el corazón. Esta alianza perfecta se realiza ahora a través de la muerte Cristo.

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