Con la escena del Evangelio de hoy, recordamos el proyecto de Dios al principio de todo, cuando creó al hombre y a la mujer. Dios aparece bajo el símbolo del constructor que crea una realidad tan cercana al hombre que se puede comparar con su mismo ser, la “costilla”. En la antigua lengua sumeria el signo de la costilla significaba “vida, vivir, viviente”. De allí que incluso el nombre de Eva significa precisamente “la viviente”.
En síntesis, todo el relato y las expresiones usadas indican que tanto el hombre como la mujer tienen el mismo origen, la misma grandeza, la misma vida. El proyecto de Dios no estaba encaminado al fracaso, la desobediencia que hizo traer el pecado y la continua cerrazón del hombre, hace que incluso el hombre pueda repudiar a su mujer, permiso dado por Moisés. Pero para Dios, hay una tal unidad existencial entre el hombre y al mujer que se unen que, son en verdad “una sola carne”, una unidad que no se puede acabar ni siquiera con la muerte, porque “fuerte como la muerte es el amor” (Ct 8,6).
Con la enseñanza de Jesús, hoy el Evangelio presenta al discípulo el proyecto divino del matrimonio cristiano. Que es una llamada a la donación total, que exige reciprocidad y empeño, seriedad y alta responsabilidad. Así, sí por la sklerokardía, la “dureza del corazón” del hombre se permitió la separación, Jesús invita a volver a la fuente, al proyecto del origen de la vida y de la unión del hombre y la mujer.
Por ello el cristiano debe vivir el amor que transforma el sexo y el eros en una comunión perfecta, en su reflejo y signo del primer y legítimo proyecto divino. Es un domingo para agradecer el don del matrimonio cristiano y orar para que cada día los jóvenes puedan siempre aspirar a este estado de vida, con generosidad y entrega total. Oremos por igual para que del matrimonio puedan nacer familias que bendicen a Dios y son reflejos de su amor trinitario.