La finalidad de la liturgia de la Palabra de Dios de este domingo navideño, es la consideración de la vida familiar en la que crecerá el Hijo de Dios, nacido de María Virgen y sostenido por la paternidad legal de San José. En el Evangelio de hoy, Jesús ya tiene cinco años y según la tradición hebrea está en la edad de celebrar lo que los hebreos de hoy llaman el bar-mitzvah, es decir, la entrada en la plenitud de la responsabilidad respecto a la ley y de la religión (la expresión significa precisamente “hijo de precepto, del mandamiento”). Entonces Jesús con este acto de quedarse en Jerusalén, revela en su madurez oficial de ser Maestro e Hijo.
Es la primera auto-revelación que hace de su destino y de verdadero fiel, obediente a Dios en todo, como lo ha sido su madre. Pero este Niño, fiel a Dios, lo seguirá siendo para sus padres en la tierra, con quienes seguirá en Nazaret; es el mismo que “les está sometido”, aunque ya es mayor de edad y está dotado de la misma sabiduría de Dios y de la inteligencia de Salomón, aunque su sabiduría crece progresivamente con la madurez, la estatura (la palabra griega que usa Lucas significa “edad” y a la vez “estatura”) y la gracia de Dios. La obediencia de Jesús dentro de esta modesta familia es, pues, ejemplar.
Tomando en cuenta todo el conjunto de las relaciones de esta familia, se considera que si el hijo sabe acoger con respeto y devoción el amor de los padres, ellos deben de saber que su hijo tiene un destino que ellos no pueden predeterminar. Ellos pueden desear que su hijo sea a su imagen y semejanza, o artífice de proyectos grandiosos, pero luego deben saber acogerlo así como es, con sus pequeños y grandes dones, con su modesto o gran destino. Saber aceptar y saber donar siempre, este es el signo del amor.
Este es el estilo de la familia excepcional de Nazaret, este el estilo del “código doméstico” trazado por San Pablo en la segunda lectura “Así como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres estén sometidas a sus maridos. Y ustedes, maridos, amen a sus mujeres, como Cristo ha amado a la Iglesia. Hijos, obedezcan a los padres en el SeñWor… y ustedes padre no exasperen a sus hijos” (Ef 5, 24-25; 6, 1-4). ¡Qué la Santa Familia de Nazaret ruegue por nosotros!