Palabra de vida | “¡Hemos visto al Señor!”

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Es la Iglesia como señala el relato del Evangelio de este segundo domingo de Pascua, la que con su autoridad y presencia del Espíritu, dice: “¡Hemos visto al Señor!”. Llegar a creer, llegar a la fe, es un proceso a veces fatigoso y a menudo desgarrador. Hay que hacerse violencia incluso con nosotros mismos. Es el caso de Tomás, que lucha por no creer, cuando en verdad su corazón le dice que Él está vivo.

La Iglesia testigo de la Resurrección, espera que con paciencia y humildad la libertad humana, iluminada por la misma gracia de Dios, pueda lenta y alegremente llegar a profesar su acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Este credo pascual es la síntesis esencial de una fe iluminada, a la que se puede llegar a través de caminos derechos y llanos, pero también a través de caminos tortuosos y oscuros, como Tomás, hermano de todos los que tienen necesidad de ser conducidos a la luz por la mano de Cristo: “Extiende tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente”.

La Iglesia-madre que en el Cenáculo tiene su primera catedral, se levanta ahora, según Lucas en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, alrededor de cuatro columnas. La primera es la “enseñanza de los apóstoles”, la segunda la “fracción del pan”, la tercera “las oraciones” y la cuarta “la Koinonía”, es decir el amor fraterno. La Pascua sin duda en este tiempo de pandemia nos recuerda esta última columna de la Iglesia: la caridad activa, el hacerse prójimo de todos los hermanos.

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