Con el inicio del tiempo Ordinario la figura de Juan El Bautista, nos introduce al misterio de Cristo, que siguiendo el Año Litúrgico nos lo mostrará en su total plenitud. Hoy sus palabras secas al estilo profético aparecen como flechas que van dirigidas a un blanco determinado, son como una señal que nos orienta hacia otra meta. Y esta meta es Cristo como lo hemos dicho anteriormente.
Considerando que el Evangelio de este domingo es de San Juan, vemos que de este libro catequético, se nos presenta el gran símbolo que ha gustado mucho a los artistas cristianos y a la piedad popular, el del “cordero”: “He aquí el Cordero de Dios”. Su simbología nace de la noche santa de la Pascua, cuando Israel salía a la libertad de Egipto, ese animal cuyos huesos no debían ser rotos, se convertía en el emblema de un don grandioso, el de la liberación política y espiritual, exterior e interior.
No por nada según Juan, Jesús fue condenado a muerte a mediodía de la vigilia de Pascua (19, 14), precisamente en el momento en que los sacerdotes empezaban a sacrificar los corderos en el templo para la fiesta de Pascua. Juan hace ver la magnitud de la semejanza hasta el punto de ver a Jesús crucificado herido en el costado y con las piernas intactas, como el cordero de la Pascua perfecta al que “no se le rompió ningún hueso” “(19, 36).
Completando la imagen tan profunda que nos presenta Juan El Bautista, es Isaías quien afirmaba que “como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante sus esquiladores” (53, 5). Es la figura del siervo doliente, sobre quien recae el pecado de los hombres sus hermanos. Habiendo hablado Juan El Bautista en arameo usó seguramente el término “talya” que significa tanto “cordero” como “siervo” del Señor. Cristo pues, viene a nosotros en este domingo presentado como esa definitiva víctima pronta al sacrificio para obtenernos la definitiva y plena salvación, al borrar y quitar el pecado del mundo.
Tales consideraciones sobre este término de “cordero” nos ayuden a todos a orar antes de comulgar, con esa antífona repetida tres veces: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros, danos la paz”. Que se cumpla pues lo que pedimos para nosotros, nuestras familias y para el mundo entero.