El caso judicial que Jesús presenta en la parábola de este domingo, es reflejo de la vida diaria de la Palestina pre-industrializada de su tiempo. En un lado de la escena yergue un juez arrogante, convencido de que no hay nadie por encima de él y que a sus pies no hay sino súbditos. En el otro está una pobre, pero pobre viuda indefensa. Recordemos que los “huérfanos y la viudas” son en la Biblia emblemáticos de las personas más débiles expuestas a todo tipo de abuso, sin abogado alguno más que Dios.
Bajo este ropaje literario, podemos imaginar a esta andrajosa mujer pasando por los fríos salones llenos de gente buscando justicia y a lo mejor hasta tuvieron los guardias que sacarla a la fuerza. Tan cruda imagen narrada por Jesús, pondrá en gran relieve a ese juez que ante el grito continuo de la viuda: “Hazme justicia contra mi enemigo”, decide cumplir su petición, no porque le interesase el caso, sino porque está aburrido de verla y oírla en su corte. Claro la parábola en nada quiere presentar a Dios con este malvado juez; esta por su parte quiere hacer resaltar cualidades de sus personajes, y aquí sobresale la “constancia” que en la viuda es imparable. Entonces, como Jesús quiere que oremos siempre, nos señala a esta viuda como modelo para nuestra constancia en la vida de oración.
Hoy, es un tema fascinante porque nos desafía a todos. Tan llenos de resultados casi inmediatos, el hombre y la mujer de hoy, no cree en el poder de la oración. Muchos piden oración solo cuando hay urgentes y apremiantes necesidades, pero eso de orar siempre y en todo momento dejémoslo para los sacerdotes y consagrados y consagradas.
Este domingo ante lo apremiante que el Reino de Jesús nos insta a la oración, veamos en las palabras de San Pablo, un aliciente también para orar siempre: “Les exhorto, hermanos, a combatir conmigo en la oración” (Rm 15, 30). Y, en griego el verbo usado por el Apóstol es el de la “agonía”, es decir, el del combate decisivo y supremo. Cualidad indispensable de la oración, es por tanto, como la viuda de la parábola, la fidelidad aún en los momentos del silencio de Dios, en el tiempo de la aridez y de la oscuridad, que es un verdadero combate. Pero también, en esos momentos cuando todo nos va de maravilla y todo aparenta estar sobre ruedas, no dejemos la oración, no caigamos en la tentación de abandonar ese respiro del alma que es la oración. Podemos decir como los Apóstoles a Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!”.