La cercanía del cierre del Año Litúrgico con la solemnidad de la Fiesta de Cristo Rey del universo, nos va situando en un conjunto de lecturas que apuntan a esa realidad y la vivencia del Reino definitivo al final de los tiempos. Hoy se trata del destino de los justos que va más allá de las relaciones civiles o de sangre con que vivieron en este mundo.
El futuro último no es una copia mejora del presente, sino que es un inesperado ingreso en lo infinito de Dios. La disputa sobre la resurrección final en la que Jesús es implicado por parte de los saduceos, un movimiento religioso judío apoyado por las altas clases sobre todo sacerdotes, tiene como fondo la doctrina del Antiguo Testamento sobre este tema delicado y fuerte, sea a nivel humano, sea a nivel teológico.
Jesús anuncia la llegada del Reino definitivo donde se participará de una manera nueva al estilo único y originario de propio Dios, que todo lo ha hecho con sabiduría. Lo primero apunta a que seremos inmortales como Él, luego el propio Jesús anuncia la definición de Dios como el Señor de la vida, raíz de eternidad para todos los que están en comunión con Él. De esta certeza se desarrolla la segunda línea de reflexión, que señala el destino final del hombre.
Un futuro que no debe ser trazado de manera ligera y respondiendo al modelo de vida terrena, como Jesús dice a manera de los “hijos de este mundo”; en cambio debemos afirmar a partir de la eternidad de Dios, que llegaremos a contemplarlo luego que resucitemos a esa vida definitiva y verdadera para entrar en el misterio divino, donde todos seremos como ángeles en su presencia.
La resurrección final para entrar en el Reino de los cielos, es una participación en el misterio divino, que no se asemeja a una reedición de esta vida, sino que como hemos dicho anteriormente es algo del todo inédito por parte de Dios, y de lo cual nosotros criaturas no tenemos ni idea, ni semejanza alguna de lo que vemos, de lo que Dios ha preparado para los que lo aman. El Reino de Jesús se instaura con esa promesa cumplida en Cristo y por participación a todos los suyos: “Si morimos con Cristo creemos que también viviremos con Él” (Rm 6, 8). “La muerte será destruida por la victoria” (1Co 15, 54). Celebremos desde ya a la luz de esta palabra, la realidad de Cristo Rey del Universo, Rey de nuestra historia y de nuestros corazones. Gracias a su victoria sobre la muerte hay un Reino definitivo y verdadero.