Con mucha alegría les damos la más cordial bienvenida querido lector, a este nuevo año litúrgico. Inicio que se da con el tiempo llamado de “Adviento”. Su profundo sentido lo ofrece el contenido que solo la Palabra de Dios puede otorgarle. Por eso, la invitación para este tiempo es la lectura, escucha y meditación de la Palabra de Dios diariamente. Ella y solo ella le pone el “ritmo” espiritual a este tiempo de gracia, espera y salvación.
Este domingo la liturgia de la Palabra compuesta del mensaje de Isaías, Pablo y Jesús, señalan conjuntamente la llegada de un día y de un nuevo año, alimentado por la paz, la esperanza y la virtud. Las noches como siempre vendrán pero el creyente vive firme en la certeza de la compañía que Dios le ofrece. Ese día provoca la necesidad de esperarlo con fe cierta y esperanza lúcida, de aquí que el Evangelio sea una metáfora que advierte la actitud del dueño de casa que no se duerme y cuando siente la llegada del ladrón le expulsa frustrando su cometido.
El Adviento es capacitarnos en esa virtud, que suscita el desarrollo de actitudes de la voluntad y la mente que acompañen el deseo de vernos listos ante el Señor, que puede estar cerca y nos desea despiertos con la lámpara encendida. Los tiempos actuales actúan como el ladrón de la metáfora, desean robarnos la paz, la alegría, la esperanza, la fe, el amor, etc., pero si estamos en actitud de “vigilancia” como un centinela, podremos defender nuestra mente y nuestro corazón, nuestra familia y nuestra sociedad, el mundo entero.
Entonces el objeto de esta esperanza se basa en el saber que el Señor está cerca, que su presencia cercana nos permite estar despiertos, como un estilo de vida que no permite hundirse en el sueño de la indiferencia, sino más bien atentos a registrar hasta la más pequeña señal que le llegue a los oídos desde la oscuridad de la noche. Cristo hoy viene y vendrá al final de la historia inesperadamente y secretamente, hay que tener ojos límpidos y oídos sensibles para captar las huellas de su paso.
Por eso la predicación del propio Señor se basó en vivir esa tensión entre el “ya” y el “todavía no” de su llegada, para que todos sintamos la onda necesidad de vivir con los pies en la tierra y la mirada puesta en las realidades del cielo. Que todo este nuevo año litúrgico nos permita cultivar de nuevo esta especial virtud para vivir muy cerca de lo que Jesús quiere que aprendamos y vivamos para este tiempo.