La revelación bíblica de Dios, no está reservada solo a un grupo de técnicos y especialistas que estudian y profundizan los textos sagrados, sino que, pasando a través de su mediación y de la comunidad creyente, debe penetrar en la vida de todos como semilla que deber germinar. Es así, que muchos hemos conocido a Dios, por la primera comunidad creyente que es la familia. Hoy con la situación actual, hemos vuelto a tener más tiempo con los de casa, propicia posibilidad para volver a encontrar a Dios, allí donde el amor es de familia. El Nuevo Testamento nos ha presentado el rostro de Dios en Jesucristo. En este diálogo Joánico, tres veces aparece la expresión “Hijo de Dios”.
Y, más aún, en el mismo evangelio leemos esta declaración solemne de Jesús: “El Padre y yo somos una sola cosa”, afirmando así una verdadera igualdad en la naturaleza divina, aunque en la relación de Padre e Hijo. A estas afirmaciones deberíamos añadir las cinco promesas del Espíritu Santo proclamadas por Jesús en los discursos de despedida de Juan 13 al 17.
Pero la representación viva de la Trinidad hoy en su fiesta, se encuentra precisamente en el acto inaugural de la misión de Cristo, cuando, en la orillas del Jordán, sobre Él desciende la voz del Padre que lo presenta como “Hijo Predilecto”, es decir, unigénito, y aparece el Espíritu Santo bajo el signo de la paloma. La Santísima Trinidad es el gran mensaje neotestamentario del cual deberemos vivir, alimentarnos e inspirarnos para realizar la búsqueda en esta tierra por ser santos, siendo hijos de un solo Dios que es Padre-Creador, Hijo-Redentor del Mundo y Espíritu-Santificador. A Él nuestro único y verdadero Dios, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.