Expresión más elocuente la que para este domingo IV de Pascua, no regala el evangelista Juan. Ya en otra parte de su evangelio había dicho: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (15,13) y “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (13,1). Sólo después de la Pascua tanto los discípulos como todos nosotros podemos comprender la fuerza de estas palabras dichas por el Señor antes de padecer y morir. Todas estas y otras más, recogidas por los evangelistas se pueden resumir en el evangelio de hoy: Jesús resucitado es “El buen pastor que da la vida por sus ovejas”.
La figura del pastor “bueno”, que literalmente el texto griego traduce más bien como el pastor “bello”, expresa así la plenitud de dones y carismas del pastor en relación a su misión a favor de las ovejas. Es la entrega de su vida la que consigue para Él y para los suyos la nueva vida que le da el Padre. Es la cumbre corazón del capítulo 10 de Juan en el que nos encontramos. Dos autorevelaciones de Jesús: “Yo soy la puerta” y “Yo soy el Buen Pastor”.
Todo este discurso está ambientando en ese “lugar teológico” que es la fiesta de la Dedicación del Templo realizada por los exiliados de Babilonia (año 515 a.C.) y restituida por Judas Macabeo en el año 165 a.C. Para crear una reacción en los lectores crea esta narración una comparación antitética entre el Buen Pastor y el mercenario. Del primero se afirma su capacidad generosa y plena de dar la vida por sus ovejas, teniendo como clave de relación y afecto por ellas el verbo “conocer”, que evoca relación íntima, contacto personal, diálogo de amor y confianza, misericordia y entrega sin límites. La segunda parte de la antítesis es precisamente referida al mercenario, de quien dice claramente que “no es pastor… ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye”.
Aquí no importa lo que les suceda a las ovejas; la amistad, el amor, el cuidado, la misericordia… no cuentan, justo “porque es asalariado y no le importan nada las ovejas”. En la descripción de Jesús, la figura del mercenario encarna la oposición amenazante, orgullosa e interesada de los judíos de su tiempo. En síntesis: ¡La vida del pastor es su rebaño! El pastor está consagrado totalmente al rebaño, vive y respira por él. Su vitalidad la ofrece por su cuidado y al hacerlo se recarga de nuevo en alegría y agradecimiento por eso que se le ha confiado.