Con la llegada del invierno se podrá contemplar en las zonas rurales el trabajo entusiasta y laborioso de los que preparan la tierra y siembran la semilla con la esperanza de ver su fruto. De esa realidad, hoy la Palabra de Dios se sostiene sustancialmente sobre un trío de parábolas, todas ellas del mundo vegetal. En primer lugar, señala que la primera intención de Jesús es afirmar como el Reino de Dios, es decir su presencia y su palabra en el mundo, es la “Semilla más pequeña de todas las semillas de la tierra”, es un poco de miligramos de levadura, es la pequeña semilla de trigo.
El Reino de Dios de comienzos humildísimos se transforma en árbol gigantesco, en una realidad que hace fermentar toda la masa del mundo y de la historia que puede ofrecer protección y paz. Pero, al texto mismo se le puede preguntar ¿Quién les hace crecer y alcanzar tal éxito? Es el segundo punto de esta enseñanza de Jesús. La finalidad fundamental de la narración es, efectivamente, la de demostrar que entre los dos polos existe un hilo vivo: entre la ramita y el cedro gigantesco, entre la semilla diminuta y el hermoso árbol de mostaza, entre el grano de trigo y la espiga no hay vacío sino energía, dinamismo, un crecimiento silencioso pero eficaz. El campesino ha sembrado la semilla y se ha ido a descansar –dice Jesús – pero esa semilla está llena de vida y por sí sola sigue su camino de formación y generación.
En el original griego, hay un término sugestivo que ha entrado también en nuestras lenguas: autómate, la semilla crece “automáticamente”, por sí misma, espontáneamente. El Reino de Dios sigue siendo, ante todo, un don de Dios, una acción divina dentro de nuestro acontecimiento y lucha de hombres. El tríptico de parábolas de hoy, debería hacer reflexionar al incrédulo, al que tiene dudas, para llegar a comprender que a través de los siglos la presencia de Jesús continúa creciendo y madurando en la vida de los fieles. A pesar de las dificultades y de los efímeros triunfos del mal, la meta última de la historia está en aquel árbol de la cruz, que incluso siendo signo estéril de vida, porque la quita, de ella nos ha venido a toda la vida y la salvación.