En la liturgia de la Palabra de Dios de este domingo ,al igual que el pasado, hay una imagen dominante en estas palabras, es la figura por excelencia del Adviento, la del camino: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.
En la primera lectura de hoy, por ejemplo, Isaías continúa con la descripción de la preparación de este camino rectilíneo y llano, semejante a esos que en la antigüedad llevaban a los templos, los llamados “caminos procesionales” que se recorrían en medio de cantos y alegría. Pero el trasfondo de toda la liturgia de la Palabra de este domingo, está en la imagen y el recuerdo del retorno de los desterrados a la tierra prometida. Tan pronto como Jerusalén fue destruida en el 586 a.C., por el emperador babilonio Nabucodonosor, los israelitas se habían dirigido entre lágrimas por el camino del desierto acosados por los enemigos, golpeados por el bastón del carcelero. Pero terminado el mismo, regresán a la tierra entre cantos de alegría y felicidad, tal como lo señala el almo 126 de hoy.
El pueblo reconoce que es Dios que les a abierto el camino hacia la patria, hacia la libertad. Así pues, el camino les recuerda la belleza y el riesgo para volver a ser libres. ¡No sabían, cuán difícil era serlo! Para nosotros el recuerdo del “camino” de Adviento de Cristo, significa preparar el camino, es decir, remover los obstáculos que retardan o impiden su llegada al corazón del hombre: individuos o colectividad. Dios no puede entrar en donde hay arrogancia, orgullo, frialdad, indiferencia.
Hay que eliminar las aspiraciones excesivas o desordenadas, la presunción, como también la pereza mental y espiritual, los engaños, las falsedades, los embustes. El camino de la libertad se vuelve plano y alegre solo después que se ha derramado el sudor del cambio, del camino recorrido, es decir, se ha hecho una auténtica conversión personal. Pero esta es la gran recompensa del ser hombres y mujeres creyentes. El Adviento es el camino recto, dirigido hacia la meta luminosa que es Cristo, alumbrado en el portal de Belén por María, la Inmaculada Madre de Dios. Ella ruegue por nosotros en este segundo domingo de Adviento.