Palabra de vida |Dice Jesús: “Yo soy el Pan de vida”

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A partir de la auto presentación de Jesús: “Yo soy el Pan de vida” entendemos todo este discurso del capítulo 6 del Evangelio de Juan, que es considerado como un Midrash (explicación o compilación de enseñanzas) sobre el signo del maná veterotestamentario (Ex 16, leído en la primera lectura de hoy). Así, después del milagro de los panes, Jesús se dirige hacia Cafarnaún, el centro del lago de Tiberíades en donde Él se había criado. Desde la sinagoga de Cafarnaún evoca sin lugar a equívoco, el episodio de ese maná en el desierto, donde Dios como un Padre de familia, preparaba en las desoladas y áridas tierras del Sinaí el banquete para su pueblo.

En realidad ya el Antiguo Testamento había vislumbrado en ese alimento un signo más elevado: no por nada la narración del Éxodo define el maná “pan del cielo” y el Salmo 78 con el libro de la Sabiduría le llama “pan de los ángeles”: “Tú sacias el hambre de tu pueblo con el alimento de los ángeles, capaz de procurar toda delicia y satisfacer todo gusto; este alimento tuyo manifestaba tu dulzura hacia tus hijos” (Sb 16,20-21). Pues, bien Jesús manifiesta que lo ocurrido en el desierto ahora se realiza nuevamente en una forma suprema y definitiva. Revela cual ese pan “que baja del cielo” (expresión repetida 7 veces en todo este discurso), y que es Él mismo; solemnemente autoproclamará: “Yo soy el pan de vida”.

El maná que fue un signo perfecto del amor de Dios por su pueblo hambriento, está de nuevo bajando en su persona. Pero, no sólo afirmará ser ese nuevo maná, definitivo y celestial, sino que asegurará con certeza que “el que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí ya no tendrá más sed”. Recoge así la profecía de Isaías que presenta al pueblo salvado como aquellos que “no sufrirán ya el hambre ni la sed”. De la multiplicación de aquellos cinco panes y dos peces, donde sobraron doce cestos, Jesús, habiendo elegido a los Doce, parece darles una cesta a cada uno, para que de aquél único pan partido, se dispense como ministros del altar, ese mismo pan que da vida al mundo, porque es como lo veremos en los domingos siguientes, la propia carne de aquél que por nosotros al encarnarse bajó del cielo.

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