Nos encontramos en un doble acontecimiento del poder milagroso de Jesús. Deteniéndonos en el primero, se trata de una acción fruto de la fe, así el propio Cristo llamando tiernamente a la mujer curada le dice: “hija” y agrega: “Tu fe te ha salvado, ¡quedas curada de tu enfermedad!”. La fe no solo la ha curado sino también salvado.
Más solemne es todavía la segunda escena. Tiene como vértice la llegada de Jesús a la casa de Jairo en donde ha sucedido lo irreparable, su hija ha muerto. Entrando a la habitación donde estaba la niña y tomándola de la mano pronuncia dos palabras de carácter eficaz y creador, dichas en la lengua de su tierra, el arameo: Talitá kum, “¡Niña, levántate!”. Al comienzo el Génesis delante de la nada, revela que se había levantado la voz suprema de Dios: “¡Hágase la luz! Y la luz fue hecha”.
Ahora ante la muerte, enemiga de Dios y del hombre que lleva al vacío y a la nada, se eleva la voz de Cristo que devuelve la vida, la despierta. En esta niña se anticipa simbólicamente el misterio de la Pascua en el que la muerte es solo un “sueño”, como dice ahora Cristo, en espera del encuentro con la eternidad de Dios. De estas dos narraciones, ¿Qué lecciones podemos sacar para nuestra vida de hoy? Hay sin duda un llamado a lanzarnos a una fe pura y total, libre de magias y trueques, confiada solo en el Dios de la vida.
De imperfecta como la de la mujer, incluso de desesperada como la de Jairo, la fe puede crecer, madurar y llegar a ser total. Este es el compromiso fundamental del camino espiritual del cristiano, que día a día, que domingo a domingo por medio de la escucha de la Palabra de Jesús, se propone vivir de una fe como opción de vida, que como escribió el P. Häring: “Es la aceptación gozosa y agradecida de Jesucristo, como verdad absoluta”. ¿Qué hacemos hermanos, al oír hablar de Jesús? ¿Crece en nosotros la fe en Él, como en el caso de los dos personajes del Evangelio de hoy? ¿Vamos hacia Él?
