Si por Epifanía se entiende la “manifestación de Dios a los hombres”, comprendemos entonces que junto a la manifestación a los Magos Oriente y a los presentes el día del bautismo en el Jordán por Juan el Bautista, también hoy la tercera epifanía, dada a sus primeros discípulos y narrada por el evangelista san Juan. En este domingo somos enriquecidos con uno de los siete “signos” que nos describe el Evangelio de Juan. Como sabemos “signo” es el término con el que el cuarto evangelio define los milagros de Jesús: son como un dedo que señala a ir más lejos del milagro mismo, hay que ir a su profundidad.
Todo está enmarcado en la celebración de una boda, imagen maravillosa del encuentro definitivo de Dios con su pueblo, la esposa ha encontrado ya a su esposo. El banquete nupcial en la Biblia es un grandioso símbolo mesiánico. Y, en dichas celebraciones el vino no puede faltar, ingrediente importante en la cultura hebrea. De manera insólita se les acabó el vino, y María la Madre de Jesús, le solicita que adelante su “Hora”.
Entonces es claro, que bajo la trama narrativa el “signo” de las Bodas de Caná, se nos comunica un mensaje teológico para todos: Cristo es el “vino bueno-mejor” y el “último”, Él es la revelación definitiva del Padre, el Evangelio que dará la dicha final de la humanidad. La revelación del Antiguo Testamento es el vino que se acabó, dando paso a la llegada del vino nuevo. Y, María es la que permite esta llegada, es como si el relato mismo fuera para Juan, el alumbramiento de Jesús, por su Madre, su aparición como Mesías que inaugura la Hora definitiva. ¡Es la Navidad Joánica! Por tanto, el centro de este relato lo ocupa el Mesías, pero junto a él está María, con su fe límpida y total. Ella asegura que hay que “hacer lo que Él nos diga”. Y, ella la “mujer” volverá reaparecer precisamente al pie de la cruz, en esa “Hora” crucial de Jesús, recogiendo la última Palabra del Hijo, dispuesta de nuevo a “hacer todo lo que Él les diga”.