Porque a nuestro Padre Dios le plació llamar a todo hombre y toda mujer a su vida divina es que ideó un plan de amor que redime a la humanidad, después de caer en el pecado. Y es que Jesucristo, así como lo hizo con sus discípulos y apóstoles, en su Iglesia y en la historia particular de cada uno de nosotros; fue revelando poco a poco la existencia de un Dios cercano (cf. San Mateo 6, 26), amoroso (cf. I Carta de San Juan 4, 8), benigno (cf. San Lucas 6, 35), misericordioso (cf. II Corintios 1, 3-4), comunitario (cf. San Juan 16, 13-15); que lo envió para ser su testigo e iniciador de su Reino.
Jesús nos dice en San Juan 14, 24: “El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que oís no es mía, sino la palabra del Padre que me la envió.” Claramente, el Señor se ve como alguien que tiene una misión dada por Dios Padre. Es por ello, que la Iglesia Peregrinante -el Pueblo de Dios que EN MISIÓN | camina en esta tierra hacia la Casa del Padre- reconoce que, por su fundador, Cristo el Señor, desde su origen es misionera; ya que la palabra Misión proviene del latín missio, que significa “enviar” o la “acción de enviar”.
Esta misión recibida del Padre consiste en llamar a toda la humanidad a la participación en su vida divina, resaltamos lo dicho en San Juan 14, 23: “Jesús le respondió: «El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y moraremos en él.” No está hablando de algo a futuro, sino de algo inmediato. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dan por completo desde ya. Y, como hemos hablado, Dios que es comunidad -no es un solitario-, nos llama para que retornemos al inicio de toda la historia, donde todos éramos un solo pueblo, una hermandad. Esto lo vemos en San Juan 11, 52: (Caifás profetizó que Jesús iba a morir) “y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.” Para que “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.” (I Corintios 15, 28) ¡Que dicha más grande, para ti y para mí, ser parte de esta misión de nuestra Iglesia, dada por Jesucristo, de retornar todos a los brazos de un Dios que es Padre!