La novedad de un cielo nuevo y una tierra nueva presentado por Juan en su libro del Apocalipsis y que se lee hoy en la segunda lectura, aparece como una realidad en el aquí y en este ahora para sus seguidores, por la resurrección del Señor. Las palabras de Jesús en la Última Cena nos lo hacen comprender. En verdad su presencia viva y nuestra fe hacen posible que esto se desencadene por la fuerza de la novedad del imperativo: “Ámense los unos a los otros; como yo les he amado”. Este contenido del amor que es en los discursos de la Última Cena su columna vertebral, suscita en estos días de pascua la convicción de que es posible un mundo nuevo, si construimos la gran y anhelada “Civilización del Amor”.
En efecto en ese discurso, Jesús en pocas líneas confirma tres veces que nos da un “mandamiento nuevo”. Novedad que como señala la mayoría de especialistas que comentan el texto, es nuevo porque es una forma de amar, teniéndolo a Él como una única y radical referencia. El amor entre los cristianos es a la medida de Cristo. Comprendiendo además que “nuevo” refiere aquí a: perfecto, último y definitivo, según el lenguaje bíblico. La Pascua rehabilita nuestro tejido espiritual que se acrisola en el corazón del Cristo Resucitado. “Ámense como yo les he amado” aquí está la pauta de nuestra auténtica y legítima espiritualidad.
Ya que cumplir lo que Jesús nos pide es un compromiso total y a la vez recíproco. En un mundo hundido en el pozo del interés personal e individualista, por el placer por el placer, la indiferencia ante el dolor humano que llega hasta el endurecimiento del corazón, Jesús hoy propone la “utopía” del amor. Así sus discípulos creyendo en Él creen también en la fuerza poderosa que tiene el amor, amor que se hace solidaridad, donación de la propia vida, hasta ver la fecundidad alegre y vencedora contra toda forma de egoísmo que empobrece el corazón y la mente de quienes se han olvidado de amar.
Así, los discípulos de Jesús forman “Comunidad”, es decir, la reunión de todos no por lazos de intereses y aptitudes comunes, sino por la vinculación a Él “verdad absoluta” que nos hace construir aquí y ahora la Jerusalén nueva, habitada por hombres y mujeres que tienen un corazón nuevo. Como escribió E. Hamman en esta página Juan entonó y dirigió “la sinfonía del nuevo mundo de Dios”. Preguntémonos amigos todos, ¿estoy construyendo desde mi fe y mi amor el cielo y la tierra nueva? ¡Feliz y santo domingo V de Pascua!