Palabra de vida |“A los ocho días…”

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Pasados los ocho días del nacimiento del Niño, fue celebrado el rito del al circuncisión, mediante el cual él entró a formar parte del pueblo de elegido (cf. Gn 17,2-17) y se le impuso el nombre de “Jesús”, que quiere decir: “Dios salva”. Con el texto evangélico de esta fiesta que cierra la Octava de Navidad, celebramos además el título maravilloso de María “Madre de Dios”, título proclamado solemnemente en el 431 por el concilio de Éfeso, donde se sitúa la realidad del Niño como hijo verdadero de su madre terrena. Y a esta Madre, Lucas le atribuye la acción profunda de “meditar” cosas que le van pasando en relación con su Hijo.

“Meditar” en realidad, significa literalmente en el texto original griego “poner juntos”: es la misma realidad concreta y un significado superior, una imagen inmediata y un valor espiritual, un dato de la experiencia y valor más íntimo que puede tocar las propias entrañas. María entones, “ponte juntos” como Madre, la Anunciación de su Hijo, el suceso de José que la recibió en su casa, la visita a Isabel su prima, el camino hacia Belén, su alumbramiento, la visita de los pastores…. todo al meditarlo pasa de lo simbólico normal al plano profundo de lo espiritual: superior y glorioso.

Con su clara capacidad de asombro, ve a Dios en todas estas cosas, que lee como parte de ese proyecto divino que el Ángel le había ya anunciado. Ella como mujer y ahora como madre, llena de la gracia de Dios, se convierte en la “sabia” por excelencia que penetra en los secretos de los acontecimientos humanos intuyendo en ellos el designio admirable de salvación que Dios está realizando. Y ¿qué decir cuando le pone el nombre de Jesús”? ella seguramente ve no sólo el hecho de darle un nombre para identificarlo entre todos los hijos de Israel, sino para darle lo que le pidió el ángel y la misión que Él ya grande deberá consumar en su vida adulta.

Para el evangelista sólo María adopta la postura del verdadero discípulo creyente, porque ella sabe guardar con sencillez lo que escucha y medita con fe lo que ve, para ponerlo todo en su corazón y transformar en plegaria la salvación que Dios le ofrece.

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