Todos hemos escuchado la famosa referencia a “Ley del talión”, señalada como un principio de venganza ante la agresión recibida, pero que era en realidad un riguroso instrumento de equilibrio jurídico que miraba a la reintegración de los derechos lesionados y, positivamente, a una reciprocidad en las relaciones humanas. Escuchando el Evangelio de hoy, entendemos como Jesús nos invita a un salto de calidad, el de superar la pura ley de la justicia para entrar en la del perdón y de la no violencia en todas sus formas. Para ello ofrece tres propuestas para la vida espiritual que repercuta en la vida real: la mejilla ofrecida al golpe, el manto cedido además de la túnica, la marcha forzada.
Con estas enseñanzas nos hace superar e ir más allá, hacia un testimonio altísimo y sorprendente, tratando de restablecer una relación humana con el enemigo, superando el amor e inaugurando una nueva estrategia de relaciones humanas y sociales. La enseñanza de Jesús tiene sus raíces en el libro del Levítico, el texto sacerdotal y más sacral del Antiguo Testamento, de donde se sacó la frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, pero debemos de entender que en tiempo que se escribió este libro, “prójimo” tenía que ser definido dentro de círculos concéntricos, podemos decir, donde están contenidos la familia, el clan, la tribu, el pueblo de Israel y de el de la diáspora hebrea. Jesús con sus palabras rompe esos círculos, llegando a considerar prójimo a todos los hombres, incluso a los enemigos.
Deja así superado aquello que ya el salmista había dicho: “Yo odio, Señor, a los que te odian, detesto a tus enemigos. Los detesto con odio implacable, como si fueran mis enemigos” (Sal 139). Optando por la enseñanza de Jesús, el cristiano, sin armas “desarma” a todos aquellos que tienen fija su opción en la guerra y el combate en todas sus formas y ambientes. El perdón es la victoria sobre el odio y la venganza, con la única fuerza que solo puede dar el amor. Tal verdad del cristianismo viene enseñada en la ética de todos los tiempos, al decir que hay que dar “primacía a la fuerza que tiene la razón y no a la razón de la fuerza”. La palabra de Jesús entonces, cumple su cometido, iluminando la propia razón humana, llega a darle la certeza que el amor como el perdón son en definitiva los caminos absolutos que llevan a la victoria definitiva y real, siendo estas mismas realidades armas para luchar contra toda forma de mal.