Dios, Padre Nuestro, creador del cielo y de la tierra,
te damos gracias por habernos reunido como
hermanos en este lugar,
ante esta roca rota por el trabajo del hombre,
te pedimos por todos los trabajadores.
Por aquellos que trabajan con sus manos,
y con un enorme esfuerzo físico.
Cuida sus cuerpos del desgaste excesivo,
que no les falte la ternura y la capacidad
para acariciar
a sus hijos y jugar con ellos.
Concédeles constantemente la fortaleza del alma
y la salud del cuerpo
para que no sean esclavos del peso de su oficio.
Haz que el fruto del trabajo
les permita asegurar dignamente
la subsistencia de sus familias.
Que encuentren en ellas, cada noche,
calor, descanso y aliento,
y que juntos, reunidos bajo tu mirada,
conozcan la auténtica alegría.
Que nuestras familias sepan que la alegría
de ganarse el pan
es plena cuando ese pan se comparte;
que nuestros niños no sean forzados a trabajar,
puedan ir a la escuela y perseverar en sus estudios,
y sus maestros ofrezcan tiempo a esta tarea,
sin necesitar de otras actividades
para el sustento cotidiano.
Dios de justicia, toca el corazón
de los empresarios y los dirigentes:
Que hagan todo lo posible
por asegurar a los trabajadores un salario digno,
y unas condiciones que respeten
la dignidad de la persona humana.
Hazte cargo con tu paternal misericordia
de los que no tienen trabajo,
y haz que el desempleo —causa de tantas miserias—
desaparezca de nuestra sociedad.
Que cada uno conozca la alegría y la dignidad
de ganarse el propio pan para llevarlo a su casa y
mantener a su familia.
Padre, crea entre los trabajadores
un espíritu de auténtica solidaridad.
Que sepan estar atentos unos a otros,
que se animen mutuamente,
que apoyen a los que están agobiados,
levanten a los que han caído.
Que, ante la injusticia,
sus corazones no cedan a la ira, al rencor,
a la amargura, sino que mantengan viva la esperanza
de ver un mundo mejor y trabajar para alcanzarlo.
Que sepan, juntos, de manera constructiva,
hacer valer sus derechos,
y que sus voces sean escuchadas.
Dios, Padre Nuestro, tú has dado como protector de
los trabajadores del mundo entero a san José,
padre adoptivo de Jesús,
esposo valiente de la Virgen María.
A Él le confío a todos los que trabajan aquí,
en Akamasoa,
así como a todos los trabajadores de Madagascar,
especialmente los que tienen una vida precaria
y difícil.
Que él los guarde en el amor de tu Hijo
y los sostengan en sus vidas y en sus esperanzas.
Amén.