Dios de paz, más que nunca deseo y busco la paz del alma; deseo ese bien más apreciado que todos los de la tierra. Dios de paz, si hubo una gracia solicitada con insistencia, con afán, con deseo sincero y ardiente de obtenerla, es esta que os pido hoy: la paz de mi alma, la tranquilidad de mi corazón, la serenidad de mi conciencia.
Que los demás os pidan, si así lo prefieren, los bienes de la tierra, las dulzuras y consuelos de la vida, en cuanto a mi solo anhelo esta paz inefable; os lo pido con todo mi corazón y según la extensión de vuestra misericordia.
No se la pido al mundo, porque sé que el mundo no puede darmela.
Pero también sabéis, vos oh Dios mio, que este tan preciado fruto no nace por si solo en mi alma; al contrario, llevo en mi misma todos los principios que la puedan alterar y destruir: pasiones violentas, inclinaciones perversas, todo en mi interior combate esta paz.
Por lo tanto únicamente, vos, me la podeís conceder y conservar.
Os la pido en nombre de vuestra infinita bondad, esta paz que habéis venido a anunciar a la tierra, esta paz inalterable que reina en vuestro corazón, establezca su imperio dulcísimo en el mío y asegurad el de vuestra gracia y el de vuestro amor.
Desgraciada el alma turbada siempre, la conciencia agitada que, en castigo de sus pecados, lleva en sí el gusano roedor que la destroza sin cesar.
¡Bienaventurada, en cambio, la que posee el don de la paz! Pues encuentra en si misma y por adelanto las delicias del cielo. Así sea.