“Mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc. 2, 22-40)

Homilía del Señor Arzobispo para la Fiesta de la Sagrada Familia

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Estas son las palabras que expresan la experiencia de la salvación, la experiencia del encuentro con Cristo que llena de sentido nuestra vida. ¡Ojalá   pudiéramos decir también nosotros: “Mis ojos han visto a tu   Salvador”!

El Evangelio de hoy pone de relieve que Jesús se integra en la tradición y en la cultura de un pueblo (cumpliendo con los requisitos de la Ley:  purificación de la madre y presentación del primogénito). José y María van con el niño al Templo como la gente sencilla del pueblo… Simeón, que significa “Dios ha escuchado”, simboliza la esperanza de todos los pueblos.

“Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor   puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto la salvación”; ese “ahora” con que comienza su cántico es un significado profundo. Es el “ahora” de la irrupción total de Dios en la historia mediante Jesús. “Ahora” termina un tiempo y comienza otro. Nosotros estamos ya viviendo en ese “ahora” que es la oportunidad de entrar en la experiencia   del amor y de la vida que Dios nos ofrece en Jesús ¿Somos conscientes de que vivimos en ese “ahora”?  ¿Creemos que cada día y cada instante   tenemos la posibilidad de elegir la Vida y la Luz, aunque estemos envueltos por la oscuridad?

El otro dato significativo de su canto es que presenta a Jesús como “Luz de todos los pueblos”, de todas las naciones, sin exclusión de nadie. Nadie está excluido de su amor. Aquí se quiere subrayar la universalidad de la liberación que Dios ofrece al mundo en Cristo: Cristo es la Luz de las naciones que hasta entonces vivían en las tinieblas; una hermosa metáfora de Isaías y que Jesús hará  suya presentándose  a  sí mismo  como “Luz del mundo”.

Nosotros ¿Podemos decir que en Cristo Resucitado hemos encontrado un verdadero sentido a nuestra vida? ¿Cristo es para nosotros una esperanza que renueva nuestra vida cada   mañana? Cristo, ¿Es para nosotros la Luz que alumbra nuestra oscuridad?

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia: como cualquier niño, Jesús fue educado, creció, recibió amor y percibió los valores en el ambiente de una familia, la familia de Nazaret. Para Jesús su familia fue un lugar de encuentro humano. Los vínculos familiares le ayudaron en todo su proceso de crecimiento personal. Ahí aprendió las relaciones humanas, el respeto y el perdón. La familia le abrió a la vida. En esta Fiesta de la Sagrada Familia deseamos poner de relieve la fuerza humanizadora del Evangelio en nuestras familias. Todos, hombres y mujeres, necesitamos un hogar donde encontramos el amor y la seguridad para crecer como personas.

En la familia, como en ningún otro grupo humano, nos hacemos capaces de acoger al otro y de vivir el amor gratuito y la entrega generosa. La familia nos proporciona la experiencia base de la convivencia en el amor, en el respeto a las diferencias, en la ayuda mutua, en la tolerancia, en el perdón… Apostamos por la familia como lugar privilegiado en nuestro proceso de crecimiento humano y espiritual.

Tenemos que preguntarnos hoy: ¿Nuestras familias transmiten la fe en Cristo que es fuente de sentido para la vida humana? ¿No es la familia dónde ya se rompe la cadena de la transmisión de la fe e incluso nuestra identidad cultural cristiana? ¿A qué hemos reducido estos días de Navidad: ¿a compras, a compromisos sociales, comidas abundantes, diversión…?

En esta fiesta ponemos nuestra mirada sobre la familia de Nazaret como un ejemplo para nuestras familias, para que nos ayude a convertirnos cada vez más en comunidad de amor y de reconciliación, en la que se pueda experimentar la ternura, el apoyo y el perdón recíproco.

Ante la Familia de Nazaret presentamos hoy algunas situaciones conflictivas de la familia actual: la falta de trabajo para muchos, las rupturas de la convivencia entre las parejas, las distancias entre padres e hijos, los hijos rechazados y no amados suficientemente. Tantas situaciones que hacen sufrir a unos y a otros.

Hoy podemos decir al Señor: Bendícenos, Señor, bendice nuestras familias, bendice el amor de todas las familias del mundo, bendice a la gran familia humana. Que como Simeón podamos repetir sus mismas palabras: “Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

 

 

 

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