Cada primer domingo de septiembre se celebra el Día del Migrante, la Iglesia dedica toda una semana, a reflexionar sobre la realidad migratoria y a vivir la 111ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado este año bajo el lema: “Migrantes, misioneros de esperanza”. La migración no es un hecho nuevo, pero en Honduras se ha intensificado por causas económicas, sociales y políticas que expulsan a miles de familias en busca de mejores condiciones de vida. La Iglesia Católica, fiel a su misión, mira a los migrantes no como estadísticas, sino como rostros concretos de Cristo sufriente que nos llaman a la solidaridad, la hospitalidad y a construir comunidades abiertas, donde cada persona migrante sea reconocida como portadora de fe y esperanza.

En los caminos polvorientos bajo el ardiente sol o la lluvia incesante, caminan miles de hermanos migrantes hondureños cada año dejando atrás su tierra, su familia y su cultura. En Honduras, los flujos migratorios responden a una realidad marcada por la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades. Miles de hombres, mujeres y niños se ven obligados a abandonar su tierra no por elección, sino por necesidad. Así lo expresa Dilma Aguilar migrante hondureña: “La necesidad lo obliga a uno, no es porque lo quiere hacer, pero las carencias en el país nos obligan a emigrar”.  Este testimonio refleja la experiencia de miles de compatriotas que viven la migración como un camino forzado.

ESPERANZA
Este año jubilar, la 111ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado invita a descubrir que los migrantes no solo buscan mejores horizontes, sino que se convierten en misioneros de esperanza. La hermana Valdiza Dos Santos Carvalho, coordinadora de la Pastoral de Movilidad Humana en Honduras, subraya que “los migrantes nos aportan sus experiencias de un Dios que camina con ellos en su peregrinar”. Cada paso, cada travesía difícil, lleva consigo una semilla de fe que sostiene a quienes caminan por rutas peligrosas, y también a quienes les acompañan desde la Iglesia.

DESAFÍOS
Los datos reflejan que la migración hondureña se concentra principalmente en Estados Unidos, país al que se dirige más del 80% de los migrantes. Según el Banco Central, las remesas enviadas por ellos superaron los 9,743 millones de dólares en 2024, siendo el principal motor económico del país. Sin embargo, esta dependencia muestra la paradoja: Honduras se sostiene con los ingresos de quienes fueron expulsados por la precariedad. Al mismo tiempo, los migrantes enfrentan políticas hostiles, discursos de odio y amenazas de deportaciones masivas. Aunque los datos del Instituto Nacional de Migración no confirman esas deportaciones, la incertidumbre pesa sobre cada familia.

IGLESIA
En este contexto, la Iglesia hondureña levanta la voz profética. Mons. José Antonio Canales, obispo de Danlí y responsable de la Pastoral de Movilidad Humana, recuerda que “solo camina el que tiene esperanza”. Para él, migrar es un acto de fe y de confianza en que Dios guía cada paso, como guio a Abraham, a Jacob y a la Sagrada Familia de Nazaret. La historia de la salvación está marcada por desplazamientos, y en cada uno de ellos Dios se hizo presente. Hoy, la Iglesia es llamada a ser esa columna de fuego que ilumina en medio de la oscuridad de la migración.

TESTIMONIO
El presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. José Vicente Nácher, señala que el lema “Migrantes, misioneros de esperanza” nos invita a cambiar la mirada sobre el migrante: “El que llega también trae. El encuentro es una oportunidad de intercambio de dones, no una pérdida”. Desde esta perspectiva, la hospitalidad no es una carga, sino una gracia. Recibir a un migrante es recibir a Cristo mismo, como recuerda el Evangelio: “Fui forastero y me recibieron” (Mt 25,35).

Las remesas superan los 9,743 millones de dólares, representan el sacrificio de millones de hondureños que sostienen a sus familias.

FE
La Biblia está atravesada por relatos de migración. Abraham, Jacob, la salida de Egipto, la huida a Egipto de la Sagrada Familia, los viajes misioneros de Pablo, son testimonio de que la fe siempre camina. Como subraya Mons. Canales, sin esperanza no hay movimiento, y sin fe no hay confianza. El migrante es portador de ambas: fe en Dios y esperanza en una vida mejor.

COMPROMISO
Ante esta realidad, la Pastoral de Movilidad Humana insiste en que la respuesta no puede ser indiferencia. La hermana Valdiza invita a abrir las comunidades para acoger, acompañar y defender los derechos de los migrantes. Los datos muestran que el 78% de las remesas se destinan a la alimentación, un signo de que quienes emigran no olvidan a sus familias. La Iglesia reconoce ese sacrificio y llama a la sociedad a reconocer la dignidad de cada migrante.

FUTURO
En medio de políticas restrictivas y discursos de odio, la Semana del Migrante 2025 en Honduras se convierte en un signo de esperanza. Es una invitación a mirar la migración no solo como un desafío, sino como una oportunidad de encuentro. Mons. Nácher lo recuerda con claridad: “Sabemos que Dios está presente en quienes nos visitan”. La migración no es solo un fenómeno social, es también un lugar teológico: en el rostro del migrante se revela el rostro de Cristo sufriente, pero también resucitado.

La Semana del Migrante en Honduras y la luz que ofrece la encíclica Fratelli Tutti invitan a la sociedad a trascender fronteras físicas y mentales. Nos llaman a descubrir que la verdadera riqueza humana reside en el encuentro, cultura de acogida, el diálogo y la capacidad de reconocer a cada persona como portadora de derechos y dignidad. En un mundo marcado por la movilidad, la incertidumbre y la búsqueda de oportunidades, el mensaje de fraternidad universal nunca ha sido más urgente ni necesario.

“La migración debe ser vista como una realidad que interpela la conciencia, llama a la conversión social y desafía a vivir el mandamiento de amar al prójimo sin condiciones”

Fray Trinidad Espinal
Párroco Inmaculada Concepción de María

Fratelli Tutti: Un llamado a la fraternidad universal

Reconocimiento y dignidad
La encíclica subraya que toda persona, pese a su nacionalidad, etnia o condición migratoria, merece respeto y trato digno. La migración nunca debe ser vista como una amenaza, sino como una oportunidad para el encuentro mutuo. El documento denuncia la cultura del descarte, la indiferencia y el racismo que afecta a los migrantes.

Solidaridad y hospitalidad
El papa Francisco exhortó a las comunidades a abrir sus corazones y puertas, practicando la hospitalidad sin condiciones y la solidaridad activa; recordando que el migrante no es “el otro” ajeno, sino un hermano o hermana que comparte la misma humanidad, diferente condición, pero mismos anhelos, dar lo mejor a sus familias.

Derecho a migrar y a no migrar
La migración plantea enormes desafíos; Fratelli Tutti reconoce que la migración debe ser libre, nunca obligada por el flagelo de la pobreza, el hambre o la violencia. Promueve el desarrollo integral de los países de origen, para que nadie se vea forzado a abandonar su tierra por no contar con lo necesario para una vida digna.

Políticas globales y cooperación internacional
Fratelli Tutti llama a los gobiernos y organizaciones internacionales a crear políticas migratorias justas, humanas y respetuosas de los derechos, con enfoque en la integración y la promoción del bien común. Así mismo, iniciativas que fortalezcan una visión de país fundadas en la inclusión, el diálogo y el reconocimiento mutuo.

“Migrar es un derecho, no un delito que criminalizar”
Karen Valladares

Coordinadora Cristosal
Hablar de la migración, es hablar de un fenómeno constante y complejo; he visto de cerca cómo miles de compatriotas continúan emprendiendo la ruta hacia Estados Unidos, aun en medio de un contexto de persecución, políticas restrictivas y un ambiente que criminaliza al migrante.
La migración desde Honduras no es nueva, pero en los últimos años se ha intensificado. Las razones son múltiples: la crisis económica, la violencia, la inseguridad, la corrupción política, los efectos del cambio climático y la falta de oportunidades para vivir con dignidad. Todo esto empuja a miles a tomar la dura decisión de dejarlo todo atrás.
Quienes se arriesgan a migrar de manera irregular saben que la ruta está marcada por abusos, extorsiones, secuestros, discriminación y xenofobia. En el camino, muchas familias se fracturan: padres que dejan a sus hijos al cuidado de abuelos, tíos o incluso vecinos. La niñez migrante crece y aumenta, muchos viajan solos, expuestos a explotación laboral o sexual.
No podemos ignorar que Honduras vive un estado de excepción que golpea a las comunidades más vulnerables. En este escenario, los migrantes son tratados como criminales en países de tránsito y destino, lo que agrava una crisis humanitaria que no atiende las causas profundas de la migración.
Yo insisto en que las soluciones no están en reforzar fronteras ni en endurecer políticas. Se deben buscar desde el desarrollo sostenible, la prevención, el fortalecimiento institucional y, sobre todo, el respeto a los derechos humanos. El reto de Honduras es claro: generar empleo digno, acceso real a la educación, salud y seguridad.
Migrar es un derecho humano, y quienes lo ejercen merecen acompañamiento, no persecución.

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