Hablar de vocación es referirnos a un hecho antropológico y existencial, es decir, toda persona humana viene a la existencia con un proyecto de realización personal. Se nace por un llamado a existir. A vivir, y se vive para realizar un proyecto humano que involucra a toda la persona: autoconciencia, inteligencia, voluntad y libertad.
Además de poner en juego los talentos y dones de naturaleza, con los cuales Dios la ha dotado. Toda vocación nace siempre en el seno de una familia, es cultivada y custodiada aquí, en la intimidad de su hogar; sobre todo, si los padres se han esmerado en inculcarles la fe a sus hijos. El padre Fredy Solórzano, formador del Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa (SMNSS), menciona que los padres deben siempre hacer lo posible por la escucha, el diálogo, la orientación y sobre todo comprender a un hijo que tenga inquietud vocacional.
“No se debe cerrar la puerta, es preciso, saber escuchar y brindar el apoyo necesario para que sus hijos no se frustren en su proyecto vocacional que apenas se está gestando en sus primeros años como joven al sentir el llamado que de modo particular viene de Dios”, expresó. Los progenitores tienen que estar conscientes que ellos no son dueños de sus hijos, sino administradores, puesto que la vida de todos pertenece solo al Creador, por tanto, los padres de familia deben custodiar en todo momento el regalo que Dios les ha dado respetando siempre la libertad de toda criatura.
Se trata entonces de no obviar la inquietud, sino más bien de ser impulsadores por resolver esa duda que mueve el corazón, porque sea positiva o negativa la respuesta, la tarea de realizar un buen discernimiento es una ganancia para la vida. Es correcto que, si usted como padre de familia no puede orientar a sus hijos al respecto, pueda acercarlos a alguien que pueda guiarlos ante la inquietud, como un sacerdote o una religiosa.
Cuando la familia se convierte en promotora vocacional, en un santuario de la vida, o en la Iglesia doméstica, como lo dicen nuestros pastores. Es más factible para los hijos recibir el apoyo de sus papás, ya que, de esa manera, se da apertura en ellos y esto facilita el diálogo y la confianza de parte de los papás para con sus hijos. Esto hace posible que la familia se convierta en semillero de vocaciones. Es importante que los padres de familia se interesen en que sus hijos se pregunten cuál es la vocación a la que han sido llamados, pero eso no significa que ellos son quienes deben responder o decidir, un fenómeno que ha llegado a ser común en nuestra sociedad.
“¿Mi hijo sacerdote?” “¿Mi hija religiosa? “¡Ni loco lo/la dejo!” “Me va a dejar solo” “Yo quiero nietos” pero muy poco pueden llegarse a preguntar, ¿cuál es el sueño que tiene Dios para mi hijo? ¿Qué quiere Dios de el /ella? Es erróneo ser autoritario en la vida de los hijos y puede incluso, llegar a desanimar o causar una crisis vocacional que cree frustración o un mal discernimiento por presión de los padres. Lo correcto es dejarlos que ellos mismos busquen la voz de Dios para que puedan comprender qué es lo que el Señor les pide. No olvidemos que, Dios tiene un propósito sobre la vida de cada persona. Un plan de salvación que la conduce a lo largo de su existencia, hacia un fin: la plenitud y la felicidad humanas.
Desde la óptica del amor y del servicio. En este sentido, los padres cristianos deben considerar seriamente: ¿Cuál es la vocación de su hija o de su hijo, dentro de la comunidad cristiana? ¿Será el matrimonio? ¿Será la vida consagrada? ¿Sacerdotal? o ¿La soltería? Los padres de familia, deben ayudar a hacer posible la petición del Maestro: “La mises es mucha, los obreros son pocos, rueguen por tanto al dueño de la mies que envíe operarios a su mies”. (Mt 9, 36-38).