Una vez más golpeados por la naturaleza, una vez más llamados a responder con la solidaridad.
Para nosotros los creyentes estos son momentos en los que la fe se vuelve caridad. En los que la fe se demuestra con obras no solo con sentimientos, no solo con palabras y discursos.
Frente a la calamidad que estamos viviendo en este momento y sobre todo las zonas más afectadas en el litoral Caribe de nuestro país, nos vemos una vez más en la posibilidad de ser realmente cristianos, de demostrar de quien somos discípulos. Lamentablemente, hay algunos que se dedican en estos momentos a buscar culpables de la situación, incluso a cuestionar al mismísimo Dios como si fuese un mandato divino lo que provoca un huracán o peor aún lo que provoca las consecuencias de los vientos y la lluvia.
Claro que podríamos identificar, que en mucho de esto que nos está pasando nosotros somos responsables, al no cuidar de nuestra casa común, sobre todo al no cuidar de nuestros bosques. El agua corre por las laderas de nuestras montañas porque no encuentra quien la retenga. Hemos sido depredadores del Medio Ambiente y por nuestro egoísmo, nuestro orgullo y nuestro afán de lucro, la naturaleza nos está pasando una factura que parece alta, pero es una factura que pagamos todos, y no solamente los hermanos que viven en las zonas inundables o en las zonas de alto riesgo. Debemos ser conscientes de que este reclamo de la naturaleza por mucho que pretendamos encontrar en él un ciclo que se vuelve a repetir, como también lo han querido identificar en el caso de la pandemia por el coronavirus, habría que verlo, como una llamada a una vez más ubicarnos en la creación como administradores no como dueños. Ubicarnos en nuestra corresponsabilidad, ubicarnos como hermanos y no como enemigos.
Es muy doloroso que ante tanta tragedia lo primero que venga nuestra mente es que quienes nos gobiernan se aprovecharán de ella como aparentemente lo han hecho en el pasado. Incluso en el pasado reciente. Pero si nos quedamos viendo los errores de otros gastamos tiempo y energía en lo que no vale la pena. Con esto no estoy queriendo indicar que debemos hacernos los ciegos y los sordos frente a la corrupción y la injusticia. Pero lo apremiante en este momento es que respondamos solidariamente pensando en los que más nos necesitan.
Es cierto, que este es uno de esos momentos que me recuerdan mucho a lo que decía mi abuela “no está para tafetanes la Magdalena” o, como me lo señalaba un amigo recientemente nos agarra esta crisis ambiental en medio de una crisis mundial de pandemia, y en medio de una crisis particular con una flagrante corrupción e inoperancia. Por eso, aunque el reto sea mayor la respuesta debe ser mejor. Con los pocos recursos con los que contemos tenemos que responder a esta tragedia, pero sería mucho más trágico que perdiéramos la oportunidad de servir cuando se supone que tenemos fe.