El día que Jesús oró en el huerto de los Olivos, repitió muchas veces la frase “Oren para que no caigan en tentación”, frase que incluso rezamos en el Padre Nuestro. Ya sabemos que la tentación no es propiamente el pecado, sino la ocasión que conduce al pecado, pero depende de la elección libre de cada individuo.
El padre Cecilio Rivera, Vicario de la Basílica de Suyapa, comparte que la oración es la fuerza para no caer en la tentación porque como dice el salmista, estamos hechos de barro. “Cuando Dios nos creó, nos hizo en nuestra humanidad, débiles; es por eso que necesitamos la oración porque a través de ella nos sentimos amados y cuando nos sentimos de tal manera no queremos nunca dejar ese amor”.
Es el amor lo que nos mueve a no caer en la tentación, porque reconocemos que este es mucho más grande que cualquier pecado y tentación, pero debemos pedir la fuerza. Debe de salir de nosotros el implorar a Dios que nos libre de toda ocasión de pecado y que nos de la fuerza de voluntad necesaria para elegir siempre su camino. Dios nos da la fuerza para librarnos de toda tentación y entonces por excelencia nos libera de toda tentación moral o carnal. El mismo Señor, cuando oraba en el Huerto de los Olivos al sentir angustia y tristeza, porque se acercaba la hora, dijo a sus discípulos “Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso pero la carne es débil”.
La persona que ora no está exenta de caer, pero sabe que, aunque caiga existe un Dios que le ama y que está siempre dispuesto a tenderle la mano, la experiencia de misericordia, porque Dios sobrepasa incluso el pecado, es más grande que cualquier tentación. La tentación no es pecado en sí, sino las puertas, pero para ello confiamos en el Señor que nos librará de todo mal.