La escucha

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Escuchar es oír y algo más. Es hacerlo con atención para recibir plenamente el mensaje que alguien está diciendo. Pero cuando se quiere ser escuchado, el asunto va más allá de la atención prestada; se espera que el mensaje que se comparte tenga el efecto que se pretende.  Dios le habla a su pueblo (Shemá Israel), y el texto y el contexto nos muestran que quiere no sólo ser escuchado con atención, sino también obedecido.

«Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos, las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas» (Dt 6, 4-9). Estas palabras fueron fundamentales para el pueblo de la Antigua Alianza y, aunque no siempre cumplieron la voluntad del Señor, convirtieron estas palabras en oración, al punto de que aún hoy, en el siglo XXI, los judíos observantes las repiten a diario. Dada la estrecha vinculación entre la antigua y nueva alianzas, el mensaje nos interpela, por lo que debemos acatar lo fundamental, que está en los primeros tres versículos.

El israelita observante oraba a Yahvé y esperaba ser escuchado, en los dos sentidos, oído con atención y atendido. Y en sus oraciones recurría con frecuencia a la petición: «Señor escucha mi oración y llegue a ti mi clamor» (Sal 102, 2). Y nosotros, pueblo de la Nueva Alianza, esperamos y oramos en iguales términos. Y, al orar con fe recordamos, su definición: «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hb 11,1). Por lo que oramos con esperanza.

El cristiano auténtico no empieza por pedir al Señor que le escuche; empieza en cambio escuchándole a Él, y atendiéndole, es decir, viviendo los valores del Evangelio y haciendo la voluntad del Padre.  Jesús nos recomienda luego que oremos con insistencia, para recibir el mejor de los dones: el Espíritu Santo (Cfr. Lc 11, 5-13).

Pese a todo lo anterior, son muchos, quizá también nosotros mismos, que se preocupan y se preguntan: ¿Me escuchará el Señor?  Lo que hay que recordar es sencillo: primero, debes escuchar la Palabra del Señor, a través de las Sagradas Escrituras, o en la voz de un sacerdote, o en el ejemplo de un hermano; segundo, pide lo que es necesario y provechoso, en especial no olvides los bienes espirituales; tercero, recuerda Dios da lo que más conviene a nuestra salvación y en el tiempo que le parece más oportuno; cuarto, confía en él y sentirás una gran paz en tu espíritu y entonces sabrás con total certeza que te ha escuchado y que actuará a tu favor… cuando y como lo juzgue oportuno.  Nuestro Padre celestial siempre está pendiente de nosotros, como el Dios cercano providente que es.

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