Homilía para el V domingo del tiempo de Pascua

“Les doy un mandamiento nuevo: Que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 13, 31- 35)

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El Evangelio de hoy nos sitúa en el Cenáculo, en el momento en que Jesús se despide de sus discípulos y les deja su testamento. Se trata de la recomendación más importante que Jesús hace a sus discípulos. “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Jesús nos habla del amor como “mandamiento nuevo”. Todos sabemos que el amor, incluso como mandamiento, no era nada nuevo…

Lo nuevo radica en el “Como yo los he amado” pero es interesante constatar que no utiliza la palabra “mandamiento” (que en griego “nomos”) y que expresa una norma exterior, sino el término que Jesús utiliza (que en griego es “entolé”) se traduciría como “encargo”, “invitación”; es decir, es un amor que brota como una exigencia interior, como una invitación interior a vivir conectados con ese misterio del inmenso amor de Dios en que vivimos inmersos y que se nos ha manifestado plenamente en Jesús, el Señor.

“Como yo los he amado” la mejor traducción, como dice un especialista sería: “Con el mismo amor con que yo los he amado, ámense también unos a otros”. Jesús es la referencia última para todo discípulo. Jesús especifica que el mandamiento nuevo consiste en amar como Él nos ha amado. La salvación humana, es decir, la vida plena, consiste en hacernos semejantes a Él, desarrollando todas nuestras capacidades de amar. El ser humano, en su más honda entraña, es también aspiración a amar: capacidad de amar y necesidad de ser amado. Tendríamos que preguntarnos: ¿Cuál es hoy mi capacidad de amar de verdad? ¿Hasta dónde llega mi capacidad de amar? Realmente, lo que salva al ser humano es la capacidad de amar y de sentirse amado incondicionalmente. Podemos añadir: te salva quien te ama, quien te ama tanto que es capaz de dar su vida por ti…y eso se realiza plenamente en Cristo, el hombre del amor, el hombre que nos ha amado “hasta el extremo”.

Ciertamente, que el ser humano necesita de un amor incondicional, necesitamos de la certeza profunda que nos hace decir como San Pablo: “Nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rom. 8, 39). ¿Somos conscientes de que somos amados con nuestra fragilidad? “Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes” la expresión “hijos míos” ciertamente que expresa un gran afecto, pero también es posible que haga referencia a la costumbre judía del padre, que, a punto de morir, transmitía el testamento espiritual a sus hijos. La mejor traducción del griego sería “hijitos” (teknia) diminutivo de (tekna). Pero en castellano, el cariño se expresa mejor con el posesivo “hijitos míos…” Recordamos que estas palabras Jesús las pronuncia en su despedida, la víspera de su muerte y que nos está entregando lo más valioso de su vida, el amor hasta el extremo.

Naturalmente desde los parámetros posesivos de la cultura dominante es difícil entender todo esto. Pero, cuando nos acercamos a la experiencia del amor y de la misericordia de Jesús, descubrimos que lo que importa es llegar al corazón del ser humano, hasta convertirlo en hijo y hermano. Hasta que no descubramos este amor de Jesús y su mirada de misericordia sobre cada uno de nosotros y sobre todo ser humano, no sabremos quién es Dios: solo amor. Entonces cambia nuestra vida, nuestro corazón y nuestra mirada, solo entonces estamos capacitados para vivir de una manera entrañable y liberadora. Entonces podemos vivir con esperanza y con alegría. “En esto conocerán que son mis discípulos”. El amor al que Jesús nos invita ha de ser visible y está llamado a ser reconocido por todos.

Este amor necesita ser mostrado con nuestras obras como hizo Jesús. Este es el signo distintivo de la comunidad cristiana. Este es el signo distintivo que los cristianos estamos llamados a dar al mundo. Lo que permite descubrir “la autenticidad”, de una comunidad cristiana, no es su ideario, ni sus estatutos, ni su organización, ni sus proyectos pastorales… sino un verdadero amor. La “señal” para reconocerla, también hoy, es el amor vivido y manifestado en el servicio a las personas. En medio de un mundo trastocado por el egoísmo y la codicia podemos dar el testimonio de que amar es posible.

Se habla mucho de amor, pero como dice el Papa Francisco, hoy necesitamos salir a “las periferias existenciales”, es decir, a los pobres, a los hambrientos, a los enfermos, a los que se sienten solos y tantos que viven desorientados y sin encontrar un sentido a su vida. Que hoy podamos aprender de Jesús esta bella tarea, igual que Jesús la aprendió del Padre: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo” eligiendo amar cada día, como decía San Agustín: “El que quiere vivir, elige amar”. Y hoy vueltos de corazón al Señor podemos decirle: Señor Jesús, Resucitado, amor por encima de toda medida, llénanos de tu espíritu de amor y que no se apague tu fuego en nuestro corazón.

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