Homilía para el IV domingo del  tiempo de Cuaresma

“Me levantaré, me pondré en camino a dónde está mi padre” (Lc 15, 11-32)

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Con esta parábola del “Padre misericordioso”, Jesús nos hace presentir el misterio de Dios, pero también el de nuestra fragilidad humana. Pero ahora sabemos qué nos espera cuando regresamos a Él…Nos espera una fiesta y una gran alegría. El hijo menor dice a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El hijo, más que pedir exige (en la cultura judía la partición de la herencia no se admitía mientras el padre estaba vivo), pero él tiene prisa, no está dispuesto a esperar, quiere gozar de la vida de inmediato. El amor del padre no le basta. Quiere los bienes. Desea ávidamente tener, poseer, consumir y disfrutar al máximo…Puede ser un reflejo de nuestra sociedad de hoy.

¿No es esta la situación que vivimos en nuestra sociedad occidental? EI padre le repartió los bienes… Expresa el respeto del padre por la libertad del hijo, el respeto de Dios por la libertad de todo ser humano. Dios nos quiere libres. “Se marchó a un país lejano”. Se aleja de la casa del padre, huye buscando experiencias placenteras y tratando de buscar lejos lo que tiene tan cerca de sí. A veces, vivimos huyendo de todo… Corremos de una parte a otra como en una huida constante. La huida, en definitiva, es la huida de uno mismo. En ese es “el país lejano” que, a veces, nos podemos encontrar también nosotros. Dios no interesa. “Derrochó su fortuna viviendo perdidamente”.

No solo malgasta sus bienes económicos, sino que se malogra a sí mismo. Al salir de sí mismo uno tiene necesidad de llenar el vacío de algún modo, hay que aliviar la insatisfacción. Malgastamos nuestras riquezas personales y lo mejor de nosotros mismos. Puede ser la diversión, el consumismo compulsivo, la ambición de poder y de tener. Pero, en definitiva, se derrocha la fortuna y se vive perdidamente. “Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad”. Lejos de la casa del padre empieza a sentir necesidad. El placer inmediato, deja en un gran vacío y una profunda desolación. Pretendemos realizarnos independientemente del padre y reivindicar una autonomía absoluta y nos encontramos con el más rotundo fracaso.

“Yo aquí me muero de hambre”… Es decir, nos encontramos con un profundo vacío en nuestra vida, nos encontramos con el sinsentido. Nosotros que lo tenemos todo, ¿Por qué no termino de ser feliz? “Recapacitando entonces, se dijo: ¡”Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”! El hijo escucha la voz interior. “Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre”. “Recapacitando” indica una vuelta a lo interior. Es ahí donde brota la nostalgia del padre y toma una decisión: “Me pondré en camino adonde está mi padre”. El verbo, en futuro, muestra la determinación enérgica de volver al padre. El padre es la referencia para hacer el camino de vuelta. Es el camino de la conversión a Dios. Y nosotros, ¿Estamos determinados a ponernos en camino hacia Dios? “Su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas”.

Esta expresión alude a una verdadera compasión. Se puede traducir “sintió una entrañable compasión”. También dice que “lo vio”. Lo vio en el corazón. El padre no ve a alguien que le ha ofendido, ve únicamente a su hijo. Por eso, cuando lo vio venir perdió el control y se echó a correr a su encuentro. En aquella cultura, el gesto de correr era un gesto innoble, impropio de la dignidad y autoridad del padre de familia. Pero es tanta la alegría que experimenta el padre ante la visión de su hijo, que no puede contenerse y, espontáneamente, arranca en una carrera precipitada. El amor es así, siempre corre hacia la persona amada. “Se le echó al cuello y lo cubrió de besos”. ¿Habrá alguna manera más hermosa de sentir el perdón de Dios, sino la que muestra la parábola, es decir, a través del beso de un padre? Entonces el hijo cae en la cuenta dolorosamente de su pecado y le dice: “padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.

Es decir: me he equivocado de camino, he malgastado mi vida. El hombre verdadero es aquel que reconoce sus propias contradicciones, su debilidad y su miseria; es el que se pone en la verdad. Nosotros también necesitamos ponernos en la verdad y reconocer nuestra fragilidad. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies.” Estas órdenes muestran la grandeza del perdón del padre. Tres dones marcan la recuperación del hijo: la túnica, símbolo de la dignidad recuperada; el anillo, signo de su dignidad de hijo; y las sandalias, expresión de su plena libertad (ya que los esclavos andaban descalzos). El Evangelio de hoy nos muestra el rostro de Dios, mejor aún, su corazón. El padre dice: “Celebremos un banquete”; un banquete de fiesta; es la fiesta de la vida… Así es el Dios que se nos revela en Jesús y nos espera siempre.

Nos espera el Dios de la fiesta y de la alegría. Dios nos ofrece un banquete festivo, por encima del odio y de la violencia que dominan el mundo, por encima de las situaciones terribles que dominan el mundo. Vivimos en un mundo donde se percibe una gran orfandad, sin una referencia a un Padre. Son muchos hombres y mujeres que no han conocido un verdadero padre natural o espiritual. Sin este suelo firme de un amor liberador la vida humana cae en el vacío, en la soledad y en el sin sentido.

¿No ha llegado el momento de que la humanidad se levante y se ponga en camino para dejarse por uno cualquiera, sino por Dios Padre misericordioso? Hoy, en nuestra oración, podemos decirle: Padre, tú nos invitas cada día a volver a ti… siempre somos “hijos pródigos”, buscando lo que nada vale, pero tú sigues incansable a la espera y cada día nos muestras el camino de tu amor.

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