Iniciamos hoy, miércoles de ceniza la cuaresma, en la que invocamos el camino del pueblo de Israel por el desierto hacia la libertad, guiados por Dios. Así nos lo ha recordado el Santo Padre en su mensaje de este año: la libertad, es decir, la plena capacidad de ser nosotros mismos, no está en un lugar, se alcanza cuando nos vaciamos de egoísmos y nos dejamos guiar por Dios. El desierto cuaresmal no consiste en una terapia personal, sino en un camino compartido, como pueblo de Dios. La verdadera libertad no es tanto en un lugar sino más bien una dignidad, y por tanto, puede estar en casi todas partes. La libertad, cuya dirección nos señalan los 10 mandamientos, no es una posesión que se alcanza día para siempre, es una renovada decisión humana y un permanente don divino. La libertad es una gracia indescriptible, y a la vez supone un esfuerzo constante. No lo olvidemos, Dios nos quiere libres, el demonio nos quiere esclavos.
Y una de las tentaciones más frecuentes es volver la vista atrás, añorar las cebollas de Egipto, la comodidad de no tener que tomar decisiones porque éramos esclavos. El camino de la libertad es para valientes, nosotros decimos, para “valientes en la fe”.
Como la tierra prometida por Dios no es una posesión humana pacífica, sino un don al que hacemos sitio en medio de un combate espiritual, aparecen falsos oasis, que son las tentaciones del camino: tener, gozar, aparentar… a esos falsos oasis son los ídolos de todos los tiempos, que son incluso más peligrosos que el Faraón. Aquél podía matar nuestro cuerpo, éstos, nuestro espíritu. Para ello necesitamos “las armas” del Espíritu, ayuno, oración, limosna, que como nos recuerda el Papa Francisco, no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento.
Como decíamos, Cuaresma evoca el desierto que recorrió el pueblo de Dios. Jesús fue solo al desierto y venció. Pero nosotros no podemos ir solos sin él, porque seremos derrotados. Cuaresma significa caminar por el desierto hacia la libertad, y ese es un camino que hacemos en seguimiento de Jesús y junto a nuestros hermanos. Les propongo que este año tratemos de vivir una “cuaresma en comunidad”, es decir, como pueblo de Dios. Cada quién se adentra con fe en la austeridad del desierto, donde será tentado, pero sabe que no está solo, que una multitud de hermanos y hermanas caminan con él y él con ellos. Solos no podemos, juntos, guiados por el Espíritu, alcanzaremos la libertad en Jesucristo.