“A quién mucho se le confió, se le puede exigir mucho”, son las palabras con las que Jesús concluye el Evangelio que se ha proclamado hoy. Vemos una progresiva responsabilidad en lo que el Señor espera de nosotros. Mientras la lógica del mundo consiste en almacenar para mí; la lógica de Dios consiste en que cuánto más tienes más debes compartir. Y esta teoría divina se traslada a una hermosa experiencia cotidiana: cuanto más das, más lleno estás. San Juan Pablo II lo llamó la “lógica de la donación”, “mientras más te vacías, más te llenas”, ya que el ser humano solo se realiza cuando se dona a sí mismo, por amor a los demás.
Añade Jesús: “les aseguro que el dueño pondrá al siervo fiel al frente de todos sus bienes”. Nosotros solemos pensar en el trabajador, como alguien que solo debe cumplir órdenes muy concretas, sin decidir nada por sí mismo. Aquí, en cambio, al siervo fiel, el dueño le confía la administración de todo. Evidentemente, el dueño es el Señor, y los servidores somos nosotros, a los que se nos pide una respuesta generosa, alegre, creativa y fiel.
A todos nos conviene recordar que el dueño es Otro, ya que incluso nuestra propia vida le pertenece a Dios. Así lo han creído los grandes santos y santas. Ellos han vivido con un gran sentido de pertenencia a Dios. Confianza plena en Dios que no los ha adormecido ni resignado, sino todo lo contrario, los ha motivado a responder a esa pertenencia con agradecimiento y entrega. El cristiano tiene un sentido de cercanía íntima con su Señor.
Esta “progresividad en la responsabilidad” del Evangelio, hoy es considerada como uno de los aspectos básicos de la sinodalidad eclesial. Todos tenemos nuestra participación diferenciada, todos nos sentimos plenamente identificados con la Iglesia toda y desde nuestra identidad particular, nos sentimos unidos a los demás.
Nuestro tesoro ya no son las cosas que otra gente persigue, nuestro tesoro es para bien de nuestros hermanos, a los que amamos de corazón. La vigilancia y la preparación no tiene que ver con el estado de alarma permanente que hoy en día se vive. Ese “bip bip” del mensajito al que prestamos más atención que a la persona que nos está hablando. Una cierta obsesión por ser los primeros en saber o en decir. La disponibilidad del Evangelio nos recuerda la salida de Egipto que hablaba la primera lectura y hace referencia a la perseverante disposición de abrir nuestra vida a Dios. Para el hombre sabio, Dios no llega de improviso, porque sabe que llegará, porque Dios llega siempre. Todo tiempo es de Dios y para él. Demos espacio a Dios, pero, sobre todo, démosle lo más valioso de este mundo dominado por la inmediatez, démosle nuestro tiempo. Sin tiempo, es decir, sin gratuidad y paciencia, todo se nos escapa y para nada nos satisface. Así, como nos dice hoy la carta a los Hebreos, no hemos salido de la esclavitud para volver a ella, sino para avanzar a la patria nueva y eterna que Cristo nos prometió, y que, de alguna manera, ya compartimos en cada Eucaristía.