“Tengo que pasar la prueba de un bautismo”, dice el propio Señor Jesús. Frase realmente sorprendente en boca del maestro. Hoy sabemos que se refería a la Pasión a la que se dirigía. Pero como dice la carta a los Hebreos, “por el gozo (de la resurrección) que le esperaba, soportó la cruz sin acobardarse, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.
En la primera lectura “la profecía se hace persona”, en Jeremías. De alguna manera la persecución e incomprensión que sufre le lleva a ser arrojado a un pozo sin vida, del cual solo le salva la intercesión de un amigo. Llevado a nuestra mirada, Cristo es el amigo que, sentado a la derecha del Padre, intercede por nosotros, más aún, es el siervo que carga sobre sí nuestros pecados. El Dios compasivo que no olvida a su pueblo, siempre tiene la última palabra. Aquello ocurrió en un ambiente de injusticia, porque “no había pan en la ciudad”. En cambio, Cristo se convertirá en pan sagrado, para una humanidad hambrienta de paz y de verdad.
Volvamos a la confesión de Jesús, angustiado por el bautismo que le espera. La necesidad de sumergirse del todo en la voluntad del Padre, que el propio Hijo cumple, es una necesidad para todos nosotros. El cristiano no rehúsa ni regatea la voluntad de Dios, sino que la asume con confianza, teniendo su esperanza en Jesucristo. Sería bueno releer y meditar esta lectura cuando las familias van a su parroquia a solicitar el bautismo para su hijo. Los sacramentos, que son un don maravilloso que superan nuestras expectativas, debemos siempre vivirlos a la vez, como un compromiso. La vida sacramental no nos exime del esfuerzo y el dolor, sino que los une a los de Cristo y los transforma salvíficamente.
Nos sorprende Jesús en el Evangelio, Él, que es el Príncipe de la Paz, diciendo que no ha venido a traer paz, sino división. Y ciertamente, frente a quienes se conforman con una mediocridad cómplice, el Evangelio nos llama a tomar partido por el bien, la justicia y el perdón. Aunque la cizaña trate de confundir, el trigo debe cuidarse y cuidar las demás espigas, conscientes que quién sembró, será un día el que cosechará. En otras palabras, estamos llamados a construir no una paz a la medida del hombre, sino un hombre a la medida de la Paz de Dios. Jesucristo viene a inaugurar la Paz mesiánica, no una fe acomodada o cobarde.
Por último, a Jesús no le preocupa tanto las nubes del cielo, sino las tinieblas que nublan los corazones. No se trata de unos signos meteorológicos, sino descubrir que Jesucristo es el signo de Dios por excelencia, en base al cual debemos leer su designio de amor sobre la humanidad entera. Las palabras y la persona de Jesús son la clave de comprensión de la historia y el universo entero. El bautismo significa la compasión de Dios con el pecado humano y la opción de cada hombre y mujer por la justicia divina.