Homilía del señor Cardenal para el VII domingo del tiempo Ordinario

“Amen a sus enemigos” (Mt 5, 38-48)

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Estas palabras de Jesús, al final del sermón de la montaña, tienen una novedad asombrosa. A veces resultan desconcertantes y hasta provocativas, rompen lo convencional y lo comúnmente establecido. Por eso surgen las preguntas: ¿Hasta qué punto son razonables?, ¿Están realmente dichas para el mundo en el que vivimos? Lo primero que aparece es la ley del talión. “ojo por ojo y diente por diente”. La ley del talión pertenecía al derecho penal y consistía en hacer sufrir al delincuente un daño igual al causado por él.

En el mundo de hace más de 2000 años esta Ley no era una ley de venganza salvaje, sino todo lo contrario: Era una forma de frenar la violencia, poner límite a la venganza y hacer posible la convivencia. Era una ley progresista en la cultura primitiva. Sin embargo, Jesús viene a decir que con la llegada del Reino se hace presente el amor de Dios, un amor comprensivo y sin medida; un amor que rompe las leyes de la correspondencia, porque Dios nos ama sin medida. “No hagan frente al que los agravia, al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”.

Un día Jesús fue abofeteado en la mejilla y no puso la otra, sino que preguntó el por qué a quien lo golpeó; intentó ponerlo ante su verdad y responsabilidad ¿Qué quiere decir Jesús? Quiere decir: no recurran a la violencia y esta actitud de no violencia la explica con ejemplos gráficos… Jesús nos invita a la no violencia: Cuando devolvemos mal por mal, entramos dentro de un círculo infernal de violencia y de destrucción. “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio les digo amen a su enemigo…”. Era un principio de los esenios el aborrecer a los enemigos.

También está en el Levítico, pero la alternativa que Jesús propone es la de la superación de ver a ese otro como enemigo… “Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen para que sean hijos de nuestro Padre celestial…” Este es el distintivo de todo discípulo de Jesús: el amor universal que no hace diferencias. El amar al enemigo no quiere decir introducirlo en el círculo íntimo de nuestras amistades, pero sí aceptarlo como persona.

Amar al enemigo no significa tampoco tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Amar al enemigo significa aceptarlo, respetarlo, y mirarlo con misericordia. Jesús insiste en que liberemos nuestra capacidad de amor incluso ante quienes nos rechazan: “Si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán?” Si vivimos contra el amor, nos destruimos recíprocamente y destruimos el mundo en que vivimos. Cristo ha revelado en su vida el amor más grande (el agape): Jesús ha entregado su vida por todos, superando así las divisiones ratificadas por una ley que separa a los malos y los buenos. Jesús termina diciendo: “Sean perfectos, como el Padre celestial es perfecto”. Pero en contexto de los Evangelios sinópticos, la expresión perfecto habría que traducirla por misericordioso… “Misericordiosos como el Padre”.

Ciertamente, ante una sociedad cada vez más violenta, más competitiva, a gran escala y también a pequeña escala: Ante la violencia de la guerra, del terrorismo, de las leyes injustas y también ante la violencia de cada día, la que se sufre en casa, en el trabajo, la que nosotros practicamos… Jesús, en el Evangelio propone una alternativa: desarmar el corazón, la paz interior, el amor, el perdón… Es una invitación a liberarnos de la trampa de la violencia, de la competitividad, del rencor, que desgasta y mata poco a poco nuestras energías de vida. Todo el mensaje del Evangelio de este domingo es “un retrato robot” del corazón de Cristo a quien quisiéramos seguir cada día. Hoy, vueltos en nuestro interior al Señor podemos decirle: Señor, deseamos ser tus discípulos y aprender de tus labios, con gozo renovado, el Amor del Padre por todos los seres humanos.

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