El ciego del Evangelio de hoy es figura de la humanidad privada de luz y de sentido. El ciego nos representa también a todos nosotros que perdemos la orientación y el sentido de nuestra vida. Dice el texto que Jesús “Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento”. “Vio”. No es una mirada cualquiera, es una mirada llena de amor. Es la mirada de Dios sobre cada uno de nosotros, la mirada de compasión que Dios tiene sobre cada ser humano y que nos hace pasar de las tinieblas a la luz ¿podríamos recibir hoy esa mirada de amor de Jesús sobre cada uno de nosotros? Todos somos ciegos en busca de luz y de sentido.
Sí. Es Jesús quien ve al ciego de nacimiento. Jesús ve más allá de las creencias religiosas de su tiempo y afirma que la ceguera física no es fruto del pecado. Jesús rompe con la culpa y subraya que esa ceguera es para que se manifieste en él las obras de Dios, es decir, para que la misericordia de Dios lo haga un hombre nuevo y le restituya unos ojos abiertos a la Luz. Y Jesús, cuando ve al ciego, pasa inmediatamente a la acción.
No le consulta. ¿Por qué no le consultan? Porque siendo “ciego de nacimiento”, no tiene experiencia de lo que es la luz, ni puede desearla. Por eso, “escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, y se lo untó en los ojos al ciego” y con este gesto pone ante los ojos del que nunca ha visto la posibilidad de llegar a ser una persona en plenitud. Después le dijo al ciego: “ve a lavarte a la piscina de Siloé”.
El ciego tiene que ir a la piscina de Siloé, que estaba fuera de las murallas de Jerusalén. Tal vez sensiblemente, no deseaba hacer ese esfuerzo. Notemos que tiene que hacer su parte. La opción libre del ciego se manifiesta yendo a la piscina según la orden de Jesús; También nosotros tenemos que secundar nuestras invitaciones interiores…. Necesitamos optar por la vida y llevar a la práctica nuestras invitaciones interiores. El texto del Evangelio dice que: “Fue, se lavó y volvió con vista” y volvió con los ojos y el corazón lleno de luz… El hombre siguió las instrucciones y obtuvo la vista. Su fe ha consistido en fiarse de Jesús, y la ha expresado yendo a la piscina. La vida oscura en él se convierte en luz.
Nosotros también necesitamos lavarnos de las tendencias negativas que nos impiden avanzar hacia una plenitud de vida. Y ahora viene la reacción de sus vecinos: “Sus vecinos comentaban: ¿no es este el que se sentaba a pedir limosna?”. Por primera vez, aparece que el ciego era un mendigo. Todos somos mendigos de la Luz. Pedía limosna sentado, impotente, dependiente de los demás. Jesús al darle la vista, le ha dado la movilidad, la independencia, la libertad y la vida. Unos vecinos decían: “que era el mismo y otros, decían: no es él, pero se le parece”.
La duda sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu; siendo él mismo, es otro. Es la diferencia entre el hombre sin iniciativa, ni libertad y el hombre interiormente libre. El ciego respondía: “soy yo”. Estas palabras en boca del ciego reflejan la nueva identidad del hombre que se ha encontrado a sí mismo y ha encontrado la vida. “Soy yo”, es decir, soy libre, soy diferente pero el mismo; soy libre, pero consciente de no dejarme manipular por nadie. Es un acto de existencia, un acto de afirmación de sí mismo… Jesús nos libera de toda alienación, Él viene a liberarnos de nuestra ceguera y a abrirnos el camino de la verdadera libertad. Entonces “Los fariseos…, lo echaron de la Sinagoga”.
Esto es muy fuerte, significa la exclusión de aquella sociedad. Entonces, oyó Jesús que lo habían expulsado, fue a buscarlo y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Aquí hay un detalle que es impresionante, y es que Jesús va a buscarlo cuando se entera que lo han expulsado de la sinagoga. Jesús no abandona al que ha sido fiel a la nueva visión de sí mismo y con una pregunta, va a acabar la labor de iluminación que había comenzado: “¿crees tú en el Hijo del Hombre?”. Él contestó: “y ¿quién es, Señor, para que crea en El?”.
Jesús le dijo: “lo estás viendo, el que te está hablando, ese es”. Él dijo: “creo, Señor, y se postró ante Él”. Es decir, el ciego pasa de la ceguera a la plenitud de la luz y se convierte en discípulo. Nosotros tal vez hoy podamos decir en nuestro interior: Creo Señor, confío en ti. En el encuentro con Jesús, cambia nuestra situación, con Él salimos de la noche de la ceguera y pasamos a la claridad de su presencia. La luz de Jesús traspasa nuestra oscuridad. Necesitamos abrir de nuevo los ojos a Él y decirle hoy: “creo, Señor”.
Y quizá, sería bueno preguntarnos también: ¿Cuáles son mis cegueras? ¿Qué realidades ponen mi vida en tinieblas? ¿Dónde busco la luz para mi vida? Que hoy, postrados ante Él, podamos decirle: Señor Jesús, estamos ante ti como el ciego del Evangelio. Despiértanos a la luz del nuevo día, abre nuestros ojos a la claridad de tu presencia. Danos tu Luz, fortalece nuestra confianza.